La
buena mujer destruyó meticulosamente su cartilla de ahorros y todos los billetes.
Tranquilamente sentada en la habitación de una residencia en la ciudad
austríaca de Wiener Neustad, a 45
km. de Viena, donde la había ingresado
la familia cinco dias antes.
Al
margen de esa acción de destruir una ingente cantidad de billetes, que es un
sueño puntual para mucha gente, hay algunos detalles a tener en cuenta. Por la
información que ha trascendido, lo destruyó todo para que sus herederos no
pudiesen cobrar.
Tenía
85 años, dinero y herederos. Pero la ingresaron en una residencia. La mayor
pena que comentan muchos ancianos en esa situación es sentirse abandonados. Olvidados,
solos. Volverse prescindibles para aquellos que se beneficiarán de todo lo que
ellos dejen.
Se
puede imaginar a la anciana dirigirse a su banco con un gran bolso de mano y
pedir el saldo de su cuenta en efectivo, y cargar esa cantidad de papel (probablemente
unos 3.000 billetes) hasta su nueva residencia, esa que será la última. Imaginarla
sentada con las tijeras en la mano y verla pacientemente hacer tiritas con
todos los billetes, con las cartillas, con los recuerdos, con las caras de los
herederos, con los sentimientos, con la soledad. Cinco días le llevó hacer
trizas toda su vida. Después falleció. Ya no tenía nada más
que hacer.
La
primera reacción general ha sido la fácil: estaba loca. La segunda, la de los
herederos, la previsible: “¿Se puede
recuperar ese dinero?” El Banco Nacional
Austríaco dice que si los datos son ciertos, pueden restituir el dinero. Normalmente
sólo restituyen los billetes deteriorados por el uso que no superen el 50% del
billete, pero en este caso harán una excepción. Porque si no, podrían estar
castigando a la gente equivocada, ya que no saben si la anciana se volvió loca.
El director del banco, Friedrich Hammerschmied, aseguró que
probablemente ella no sabía lo que hacía y que cada año tienen entre tres y
cinco casos así.
El
comentario de la policía también ha sido el esperado: el fiscal Erich Habitzl asegura que no se abrirá
investigación ya que los hechos no suponen infracción penal: no hay delito, nadie
se queja, no hay caso.
Y
en el trasfondo, una anciana que quiso castigar a aquellos que le negaban lo que
todo ser humano busca: compañía, calidez, todo lo que ponga distancia entre uno
mismo y ese frío al que llaman soledad. Una anciana que sabía que su tiempo iba
contrarreloj, que a la tumba no se llevaría nada y que aquellos que se lo
quedarían todo le negaban lo único que a estas alturas quería: compañía.
Las
estadísticas indican que hay un alto porcentaje de ancianos que caen en grandes
depresiones cuando entran en una residencia. No es demencia, no es un problema
de la calidad de las instalaciones o de la bondad de las personas que trabajan
allí. Es la sensación de estar de más, de que no caben en la vida de aquellos a
los que les dieron la vida. De que “residencia” sea una manera elegante de
decir “almacén de viejos”.
Naturalmente
hay toda una casuística detrás, no todos los que viven en una residencia están
olvidados por su gente. Hay gente mayor que está a gusto porque están bien
atendidos, rodeados de gente de su misma generación y porque antes estaban
siempre solos, con toda la familia trabajando y obligada por compromisos. También
hay quienes quieren estar ahí porque tienen el médico muy a mano y el día a día en perfecto estado.
Y
también hay brotes de ilusión y de primavera nacida en esos pasillos, de
parejas que se han formado construyendo minuciosamente un amor a medida.
Dicen
que desde que salió la noticia del millón hecho confeti, hay movimiento en algunas residencias, que algunos residentes hablan
en corrillos y están haciendo acopio de tijeras y consultando sus saldos,
mientras muchos familiares empiezan a incorporar las visitas al abuelo como
parte de la agenda de los fines de semana….