En un gran volumen de 600 páginas, Guadalupe Oteo Iturmendi desarrolla un
universo inmenso, una enciclopedia de lo que serían los Reinos del Mar, unos mundos submarinos que se extenderían por todo
el planeta, y no hay que olvidar que eso es el 75% del globo.
En su relato, cuyo eje es la vida de una
mujer pelirroja llamada Rielar, se
desarrollan razas distintas, hermanamiento con animales submarinos, simbiosis
para que los humanos profundos puedan
sobrevivir en el mar, enfrentamientos, amores, culturas… un universo entero tan
desarrollado que tiene incluso su genealogía de dioses, su origen, sus acervos
para custodiar el saber acumulado de todos, sus intrigas, y cómo no, sus
enfrentamientos.
Oteo
narra la acción sin desdeñar el ambiente, los paisajes o las emociones, de una
manera natural, extensa sin ser excesiva. Muy documentada, mira el océano y sus
seres desde un ángulo siempre ecológico, aprovecha las distintas razas
submarinas para ponerle a algunas, tolerancia con los humanos secos que lo estropean todo, y a otras
intolerancia absoluta, lo que le sirve para desarrollar el tema. En cada página
destila un vínculo vital, anímico con todos los mares del mundo. Describe
fondos marinos, corrientes, oleajes, densidades y salinidades no como una parte
del relato, sino como una parte de la vida en este planeta, en este mundo, en
la vida de todos.
Según comenta en las entrevistas publicadas, Guadalupe Oteo es una enamorada de los
relatos de fantasía, de Verne o Tolkien, y también del mar. No encontró
el libro sobre el mar que le atrapara y decidió escribirlo ella misma. Así
nació Rielar.
En el blog que tiene dedicado al este
universo y que titula Crónicas de los Reinos
del Mar, Oteo incluye unos
singulares dibujos que realizó Xavier
Fora Soriano para toda su obra, y que plasman de una forma onírica y a la
vez muy natural, los personajes y las sensaciones que evocan.
Oteo
aprovecha un personaje de su novela para definir qué es el agua en el mundo:
“El agua es femenina, un poquito rara y
extraordinariamente mágica. Es femenina porque es cíclica, porque es origen de
vida, vientre fecundo, e incluso porque es eterna de un modo que sólo una mujer
puede entender. Al igual que en las mitocondrias aun habita la Eva primera, en
las infinitas gotas que conforman ríos, charcos, rocíos, tsunamis, lagunas,
brebajes y lágrimas late el mismo espíritu que en aquellas aguas primeras que
anegaron la roca humeante, que saciaron la sed de dinosaurios o que conservaron
intacto algún que otro mamut. No es una metáfora. Tenemos esa agua y nada más.
¿Cuál íbamos a tener? Se evapora y se condensa, asciende, desciende, sustenta
la vida, empapa la tierra, se disfraza y se transforma en una rueda sin fin. Es
eterna.
»También
es un poco rara. El agua, con sus especialísimas cualidades no surgió de una
espectacular mixtura cósmica entre el wolframio y el tecnecio, por poner un
ejemplo, sino del humilde enlace de dos átomos de anodino hidrógeno con uno de
aburrido oxígeno. Y como suele pasar en
los cuentos de hadas, de esta insignificante unión nació, como de la chistera
de un prestidigitador, una de las realidades más mágicas que imaginarse pueda.
»Porque por sobre todas las cosas, el agua es
magia, y por encima de todo, vida. Tiene ese desequilibrio maravillosamente
simple de la bipolaridad, que hace que en cada molécula de agua haya siempre
una ligera carga positiva en el extremo del hidrógeno y una ligeramente
negativa en el del oxígeno. Con eso se configuró el comportamiento del océano,
y se aseguró el milagro de la vida en la Tierra.
»Ese asimétrico enlace de hidrógeno determina
que el océano tenga piel, que sus
moléculas se unan como lo hacen y que la tensión superficial marque el límite
entre el agua y el aire. Así también es viscoso a su manera: permite a sus
criaturas tanto flotar como adentrarse en su interior, pero, si desean
desplazarse, les exige que pongan algo de su parte, que se esfuercen un
poquito.
»Además, en la carrera por el trofeo a la
capacidad calorífica, ella, que es algo cojuela, siempre va rezagada- ¡le cuesta
tanto calentarse, le cuesta tanto enfriarse!- que al final se ha convertido en
el máximo moderador del clima sobre el planeta.
»No está mal para una cojita, aunque su
máximo logro está en la solución que ha encontrado entre temperatura y
densidad, con la ayuda de su gran salinidad. Si fuera un previsible y aburrido
líquido haría lo que hacen otros: cuanto más frío hiciera, más densa se volvería.
Al principio lo intenta y va bajando formalita, pero al llegar a los cuatro ya
no puede más. Entonces decide ser ella misma ¡e invierte la densidad! Gracias a
ese enlace de hidrógeno que la hace tan rarita, sus moléculas se transforman en
cristales hexaédricos mucho más voluminosos, pero como el sitio del que dispone
es el mismo, ya no caben tantas moléculas (ahora que son tan grandotas) y en su
condición de sólida, es menos densa y se permite flotar. Parece que esto le
gusta, pues le permite albergar en su seno a los seres que tanto ama por mucho
frío que tenga. Y aliándose con presión y salinidad ha conseguido no
convertirse en un bloque de hielo, la muy listilla, no sólo a cuatro grados,
sino incluso bajo cero.
»Y hablando de salinidades. El agua ama la
tierra; de hecho, siempre le ha parecido una realidad de lo más atractiva. En
su ciclo sin fin se pasea por ella, se filtra exploradora, la recorre sinuosa,
se estanca tranquila e incluso la lame y besa con fruición a cada rato. En
todos esos procesos, como pasa con las buenas amistades, no es extraño que algo
del otro se te quede dentro, y-gracias a su enlace de hidrógeno, faltaría
más-consigue disolver todo lo que encuentra a su paso. Como es bastante
curiosa, ha probado a llevar en su seno más o menos cantidad de sales y
minerales y ha llegado a la conclusión- ¡qué sabia es nuestra cojita!- de que
los extremos nunca son buenos. Si desea continuar preñada de vida no deberá ni
empapuzarse de sales, como lo hizo en el Mar Muerto, ni hacer dieta demasiado
baja en sal, como en esos lagos del trópico austral, tan cristalinos como
yermos. Y si se ha quedado corta, siempre podrá echar mano del salero del frío
o del calor, que por distintos caminos conseguirán, intensificados, devolver la
sazón al caldo de la biodiversidad.”
Todo un mundo.