martes, 1 de diciembre de 2015

Tenia 49 años

Tenía 49 años y vivía sola en un piso de un edificio pequeño, encima de unas oficinas, en una calle peatonal de Cádiz. Estuvo cinco años muerta sobre la colcha de su cama sin que nadie la echara de menos. Y se ha descubierto el caso porque unos obreros de un edificio cercano vieron el esqueleto a través de la ventana. (El País: http://politica.elpais.com/politica/2015/11/30/actualidad/1448899789_192239.html?id_externo_rsoc=FB_CM)


Pilar era enfermera y estaba de baja desde 2010 “por problemas sicológicos”. Viendo el desarrollo de la historia parece que debió ser una depresión profunda, y si así era, la causa es más que evidente: una soledad inmensa. Nadie la ha echado de menos, así que es deducible que no tenía ninguna amistad, nadie a quien le importara su silencio o su compañía. No tenía conocidos que se interesasen por su vida. Su familia se reducía a un pariente que no vivía cerca. Su cuerpo debió descomponerse durante meses con el correspondiente olor, que debió notarse en las oficinas y en la calle, y en los pisos colindantes. Nadie avisó a algún servicio municipal, pese a que el olor a carne descompuesta es inconfundible y muy intenso. A nadie le importaba.

Lamentablemente no es un caso único, hay un goteo de ancianos que viven solos y que un día son noticia porque un lejano pariente viene a quedarse el piso, o se les ha embargado por impago, o hay filtraciones en la finca y están buscando el origen. En todo caso, son vidas que han quedado arrambladas en los laterales del río del tiempo, historias vividas y tristemente mal acabadas.

Pero Pilar tenía 49 años. Era a duras penas una mujer madura, era enfermera, tenía trabajo, debía estar en contacto con mucha gente cada día, debía dedicarles atención sanitaria, conversación, debía comprar en el supermercado, saludar a los de la oficina, ir al banco alguna vez. Y de todos esos contactos no surgió una mínima amistad como para que alguien se preocupara por ella, se diera cuenta de que la correspondencia del banco se amontonaba en el buzón, de que de su casa salía un mal olor muy sospechoso.

Decía el filósofo John Donne que nadie es una isla. Sin embargo, la realidad suele ponerlo a prueba. Pilar no le importaba a nadie, y muy probablemente esa soledad en medio de tanta gente le pesaba sobre el pecho, con una sensación física, de falta de aire. Las personas que sufren soledad comentan ese peso y la dolorosa intriga con que observan la vida de los demás: ¿Por qué los demás tienen gente?¿Cómo puede ser que de toda la gente que hay en el mundo nadie les quiera conceder un poco de tiempo, una calidez, algo de amistad? ¿Qué es lo que a ellos les falta, qué es lo que les sobra?

La policía cumple su cometido y sigue el protocolo de estos casos: el cadáver no presentaba signos de violencia, no hay destrozos en la vivienda, la palabra la tiene ahora el forense para dictar la causa de la muerte. Mientras, la noticia deja de tener interés, el pariente lejano quizás se haga cargo del piso, los de la oficina comentarán el caso durante unos días y todo volverá a la rutina de siempre, a la maldita y dulce rutina que envuelve la vida de todos garantizando unos lazos que mantengan alejada la Soledad, con mayúsculas.


La cita completa de Donne fue utilizada en la novela Por quién doblan las campanas de Ernest Hemingway: «Nadie es una isla por completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de un continente, una parte de la Tierra. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia; por eso la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la Humanidad; y por tanto, nunca preguntes por quién doblan las campanas, porque están doblando por ti».

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