Ha sido una noticia reciente (http://www.20minutos.es/noticia/3007305/0/nino-suicida-novia-fingir-muerte/ ). En EEUU, una niña de 13 años y sus amigos hicieron creer al novio de ella, de 11 años, que ella se había suicidado. Y él reaccionó ahorcándose en su habitación. Lo encontró su madre y lo llevó al hospital, pero no sobrevivió.
La niña ideó una broma de mal gusto, exagerada, infantilmente torturante (quizás acababa de leer una novela de Shakespeare), pero broma al fin. Sus amigos la siguieron en ese comportamiento tan humano de “hacer piña”, de colaborar con lo que sea por los amigos. Y lo extendieron por las redes sociales, rapidísimas, multiplicadoras de cualquier voz.
Tysen Benz, de once años, extrovertido, simpático y deportista, se lo creyó todo, porque era ella, porque eran sus amigos, porque salía en las redes sociales, porque a su edad no tenía más recursos de experiencias vitales para comprobarlo por sí mismo. Luego la decisión trágica, que sólo conociendo su mente y su entorno familiar podríamos llegar a entender.
Y después la reacción de la madre, Katrina Goss. Con el ánimo hundido de dolor por la pérdida de un hijo necesita encontrar un culpable a quien volcarle ese peso. Averiguó que su hijo había comprado un móvil a escondidas, que se veía con la niña, a la que ella no llegó a conocer. El comportamiento habitual de dos niños que se gustan y empiezan a dar pasitos por la vida en esa nueva etapa.
De ahí a considerar a la niña culpable de asesinato va un abismo. La madre ha considerado que la niña es culpable de esa muerte, la acusa de haber utilizado un ordenador para cometer un crimen, de utilizar con maldad las redes sociales, y asegura que “con 13 años ya eres consciente de tus actos. Siento que se aprovechó de mi hijo para manipularlo porque era mayor que él. No creo que esto se deba tomar a la ligera”. No está hablando de adultos metidos en juegos macabros. Está hablando de niños a los que la broma se les fue de las manos.
La reacción de la madre, aun pudiendo ser entendible, es excesiva y muy cuestionable. Un suicidio es un hecho personal. Tysen decidió quitarse la vida, y con ese dolor seguirán viviendo sus padres y sus hermanos de 10 y 14 años. Probablemente ni la niña ni sus amigos esperaban algo así, probablemente ella está tan asustada e impactada como los amigos que participaron en la broma. Todos tendrán en su interior el peso de esa muerte, porque también era amigo de ellos, porque la niña y él eran “novietes”.
En las noticias publicadas dicen que la madre ha declarado que la niña “No hizo nada para ponerse en contacto conmigo o con las autoridades”. Lógico: la niña y sus padres están seguros de no haber cometido ningún delito, tienen su duelo propio y en todo caso, después de las declaraciones de la otra madre, mantienen las distancias. Pero Katrina Goss insiste en que es como un asesinato y quiere que tenga alguna clase de castigo.
La niña ya tiene castigo, y largo. En el colegio todos sabían que salían juntos, así que todos saben lo que ha pasado. En su casa también habrá tenido conversaciones sobre el uso del ordenador. La que nunca habló con ella es precisamente la que la acusa de asesinato.
A veces el dolor nubla los ojos. Los padres de ambos son los que han de tener un comportamiento adulto, no los niños. Las iniciativas, las conversaciones, las explicaciones, los pasos, los tienen que dar los adultos, y después hablar con los niños. Las decisiones se deben tomar después de hablar, de entender, de conocer todos los ángulos de lo que haya pasado.
Sólo entonces se podrá decidir si ha sido una maldita broma que se fue muy lejos, o si hay varios clientes para los sicólogos. Pero la salida no puede ser empezar por acusar de crimen a una niña de trece años. Eso, en un país con pena de muerte y que tiene a menores en la cárcel, puede coger un camino muy peligroso.