martes, 2 de septiembre de 2008

Paises de opereta

América Latina es un continente lleno de colores, de idiomas, de pieles y de costumbres. De riquezas en la tierra y bajo tierra. De aires tórridos y de huracanes. Tan denso y tan desgarrado que no se entiende a sí mismo.

Su tierra sufrió una colonización, como todo el mundo. Tenía pueblos indígenas, culturas, idiomas. Fue expoliado, como todo lo colonizado en el mundo. Y se le impuso una cultura ajena, como a todo el mundo. Consiguió la independencia, como todo el mundo. Y aun no sabe qué hacer con ella.

No quiere sus pueblos nativos que le parecen vergonzantes, como unos parientes lejanos que todo el mundo quiere tener ocultos. No quiere la cultura que le impusieron, lógicamente. Mira a su vecino del Norte con una mezcla de rechazo por su colonización económica y envidia por su aparente vida rica. Lo imita tanto como lo odia. América Latina anda sin identidad propia y dando bandazos.

Sus estructuras estatales son dinamitadas continuamente desde el interior. Las guerrillas que han hecho del secuestro y el narcotráfico su modus vivendi, siguen enarbolando discursos decimonónicos sobre los derechos del pueblo. Las clases pudientes hacen una ostentación hortera de nuevo rico, las clases bajas siempre están con el quejido y la mano tendida. Los políticos emplean expresiones grandilocuentes, parafernalia de opereta destinada a impresionar. Gentes de escaparate que fuera de esa situación no tendrían trabajo ni en el circo. Y mientras, el continente va a la deriva.

Las multinacionales siguen extrayendo beneficio. Los políticos llegan a la palestra sin más cultura política que haber conseguido los votos ilusionados de los más desilusionados. Hacen declaraciones a gritos, invaden instalaciones y aseguran que van a nacionalizar. Después la realidad se impone y tienen que bajar la voz y negociar, porque no hay nadie en el país que sepa gestionar eso si los extranjeros se van.

Las grandes empresas van a donde obtengan más beneficio, sin más consideraciones. E invierten muchos millones en conseguirlo. Y los ciudadanos quieren que la riqueza de su subsuelo se quede en su suelo. Ambas son consideraciones razonables, hay que ponerlas en sintonía. Gritar que ya no es “América Latina” sino “América India” cuando en el continente los indios son parias en riesgo de exterminio es directamente hipócrita. Pretender que en el siglo XXI todo el continente se rija por las costumbres ancestrales de pueblos minoritarios es inviable, politiqueo de predicador barato. Los indígenas y los negros y los mestizos y los blancos, todos son americanos. Y todos son producto de su propia historia, sangrante como la de todo el mundo. No se pueden ignorar unos a otros ni pueden expulsar a los que no les gustan.

El gran trabajo de América Latina es aceptarse. Aceptar su historia sin que en los colegios se enseñe odio al antiguo colonizador ni en las calles se imite al nuevo. Aceptar su colorido social, su riqueza humana y sus grandes posibilidades. Entender que su esencia, su manera de ser propia es indígena y latina y además, americana. Diseñar su cohesión, sus relaciones internas e internacionales. Afrontar el narcotráfico en serio, afrontar la gestión del petróleo en serio. Dejar de considerar a los estafadores como listos que han conseguido burlar a unas instituciones en las que nadie cree ni confía.

Hasta que no se tome en serio a sí misma, hasta que no se mire al espejo con los ojos serenos no tendrá estabilidad interior. Y por tanto, seguirá padeciendo los desgarros que la hacen insostenible y que la tildan de no fiable en los foros internacionales. La gente los quiere, sólo están esperando que ellos se quieran a sí mismos.

Texto y fotos: Marga Alconchel

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