En
tiempos en que ser mujer y ser hombre parece un asunto de guerra en la que
suelen morir ellas a manos de algunos de ellos y en que ellos cargan a todas
horas con la etiqueta de “bajo sospecha”, merece la pena coger aire, tomar
distancia y vernos como las dos mitades de la Humanidad, con serios problemas
de convivencia que hay que solucionar.
Y
para aclarar las ideas de algunos que parecen añorar tiempos más oscuros aún,
sirve de ejercicio volver a leer las palabras que Umberto Eco dedicó a la mujer en su obra El nombre de la rosa.
Umberto Eco fue filósofo,
profesor de universidad y escritor de muchos ensayos sobre semiótica, estética,
lingüística y filosofía, así como de varias novelas. También trabajó
como crítico literario, semiólogo y comunicólogo. Recibió multitud de
reconocimientos a lo largo de su trayectoria, así como el título de Doctor
Honoris Causa por 38 universidades.
Su
obra El nombre de la rosa es una
ficción histórica medieval sobre asesinatos en un monasterio, tema que le sirvió
para poner en nombre de su protagonista, Guillermo
de Baskerville, sus propias opiniones sobre la riqueza injusta y la pobreza
extrema, la condición humana, la violencia gratuita, el temor al conocimiento,
la obsesión por el poder, la negación de todo cambio.
Defensor
intelectual de la mujer, su ingente cultura citaba los nombres propios de mujeres
importantes que nadie conocía, y exponía que su inexistencia en los libros de
historia no era por sus carencias, sino por la situación social en que tuvieron
que vivir. Con su estilo de profesor universitario lo comunicó en un artículo titulado
Filosofar en femenino: https://redfilosoficadeluruguay.wordpress.com/2012/09/23/506/
Y
lo puso en boca de su personaje el monje Guillermo
de Baskerville, cuando respondía al remordimiento de su alumno Adso de Melk, por haber estado con una
mujer por primera (y única) vez en su vida:
“Sobre
la mujer como fuente de tentación ya han hablado bastante las escrituras. De la
mujer dice el Eclesiastés que su
conversación es como fuego ardiente, y los Proverbios dicen que se apodera de
la preciosa alma del hombre, y que ha arruinado a los más fuertes. Y también
dice el Eclesiastés: “Hallé que es la mujer
más amarga que la muerte, y lazo para el corazón, y sus manos, ataduras”. Y
otros han dicho que es vehículo del demonio.
Aclarado
esto, querido Adso, no logro
convencerme de que Dios haya querido introducir en la Creación un ser tan
inmundo sin dotarlo al mismo tiempo de alguna virtud. Y me resulta inevitable
reflexionar sobre el hecho de que El les haya concedido muchos privilegios y
motivos de consideración, sobre todo tres muy importantes:
En
efecto, ha creado al hombre en este mundo vil y con barro, mientras que a la
mujer la ha creado en un segundo momento, en el Paraíso, y con la noble materia
humana. Y no la ha hecho con los pies o las vísceras del cuerpo de Adán, sino
con su costilla.
En
segundo lugar, el Señor, que todo lo puede, habría podido encarnarse directamente
en un hombre, de alguna manera milagrosa, pero en cambio, prefirió vivir en el
vientre de una mujer, signo de que ésta no era tan inmunda. Y cuando apareció
después de la Resurrección, se le apareció a una mujer.
Por
último, en la gloria celeste ningún hombre será rey de aquella patria, pero sí
habrá una reina, una mujer que jamás ha pecado. Por tanto, si el Señor ha
tenido tantas atenciones con la propia Eva y con sus hijas, ¿es tan anormal que
también nosotros nos sintamos atraídos por las gracias y la nobleza de ese
sexo?”
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