lunes, 22 de enero de 2018

La mujer y El nombre de la rosa

En tiempos en que ser mujer y ser hombre parece un asunto de guerra en la que suelen morir ellas a manos de algunos de ellos y en que ellos cargan a todas horas con la etiqueta de “bajo sospecha”, merece la pena coger aire, tomar distancia y vernos como las dos mitades de la Humanidad, con serios problemas de convivencia que hay que solucionar.
 
Y para aclarar las ideas de algunos que parecen añorar tiempos más oscuros aún, sirve de ejercicio volver a leer las palabras que Umberto Eco dedicó a la mujer en su obra El nombre de la rosa.

Umberto Eco fue filósofo, profesor de universidad y escritor de muchos ensayos sobre semiótica, estética, lingüística y filosofía, así como de varias novelas. También trabajó como crítico literario, semiólogo y comunicólogo. Recibió multitud de reconocimientos a lo largo de su trayectoria, así como el título de Doctor Honoris Causa por 38 universidades.

Su obra El nombre de la rosa es una ficción histórica medieval sobre asesinatos en un monasterio, tema que le sirvió para poner en nombre de su protagonista, Guillermo de Baskerville, sus propias opiniones sobre la riqueza injusta y la pobreza extrema, la condición humana, la violencia gratuita, el temor al conocimiento, la obsesión por el poder, la negación de todo cambio.

 
Defensor intelectual de la mujer, su ingente cultura citaba los nombres propios de mujeres importantes que nadie conocía, y exponía que su inexistencia en los libros de historia no era por sus carencias, sino por la situación social en que tuvieron que vivir. Con su estilo de profesor universitario lo comunicó en un artículo titulado Filosofar en femenino: https://redfilosoficadeluruguay.wordpress.com/2012/09/23/506/

Y lo puso en boca de su personaje el monje Guillermo de Baskerville, cuando respondía al remordimiento de su alumno Adso de Melk, por haber estado con una mujer por primera (y única) vez en su vida:

“Sobre la mujer como fuente de tentación ya han hablado bastante las escrituras. De la mujer dice el Eclesiastés que su conversación es como fuego ardiente, y los Proverbios dicen que se apodera de la preciosa alma del hombre, y que ha arruinado a los más fuertes. Y también dice el Eclesiastés: “Hallé que es la mujer más amarga que la muerte, y lazo para el corazón, y sus manos, ataduras”. Y otros han dicho que es vehículo del demonio.

Aclarado esto, querido Adso, no logro convencerme de que Dios haya querido introducir en la Creación un ser tan inmundo sin dotarlo al mismo tiempo de alguna virtud. Y me resulta inevitable reflexionar sobre el hecho de que El les haya concedido muchos privilegios y motivos de consideración, sobre todo tres muy importantes:

En efecto, ha creado al hombre en este mundo vil y con barro, mientras que a la mujer la ha creado en un segundo momento, en el Paraíso, y con la noble materia humana. Y no la ha hecho con los pies o las vísceras del cuerpo de Adán, sino con su costilla.

En segundo lugar, el Señor, que todo lo puede, habría podido encarnarse directamente en un hombre, de alguna manera milagrosa, pero en cambio, prefirió vivir en el vientre de una mujer, signo de que ésta no era tan inmunda. Y cuando apareció después de la Resurrección, se le apareció a una mujer.


Por último, en la gloria celeste ningún hombre será rey de aquella patria, pero sí habrá una reina, una mujer que jamás ha pecado. Por tanto, si el Señor ha tenido tantas atenciones con la propia Eva y con sus hijas, ¿es tan anormal que también nosotros nos sintamos atraídos por las gracias y la nobleza de ese sexo?”


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