LQR La propaganda de cada día, es el título de un pequeño ensayo de 130 páginas
escrito por Eric Hazan. El propio
autor explica que LQR significa Linguae Quintae Respublicae, la lengua
de la quinta república francesa. Que sea una frase en latín responde a la
antigüedad del lenguaje como instrumento manipulador, de usar determinadas
palabras como armas para vencer al que escucha. Y ya lo hacían los romanos.
Un pensamiento atribuido a Gandhi asegura: “Vigila tus pensamientos, porque se convierten en palabras. Vigila tus
palabras, porque se convierten en actos. Vigila tus actos, porque se convierten
en hábitos. Vigila tus hábitos, porque se convierten en carácter. Vigila tu
carácter, porque se convierte en tu destino”.
Las palabras son la forma de
verbalizar pensamientos, conocimientos, proyectos. También son la forma para
explicar lo que hay en el mundo, lo que sucede. Tienen el poder absoluto de
cambiar la percepción de la realidad, de conducir el pensamiento (y el
comportamiento) de las gentes en la dirección que quieran. Y los que se dedican a la cosa pública lo
saben y lo usan.
Hazan basa la mayoría de
su ensayo en el mundo francés, pero ya comenta que es extrapolable a todo el
mundo occidental. Los grandes conceptos (ya no hay pobres, sino gentes de condición modesta) aplacan a
los desahuciados por el sistema (un rico abogado de origen modesto…). Se desactivan las grandes manifestaciones
reclamando mejoras, porque parece que con un poco de esfuerzo y otro poco de
suerte, cualquiera de condición modesta
puede llegar a ser rico.
El uso perverso del lenguaje es tan
antiguo como el lenguaje en sí. Todavía resuenan en las cavernas de Europa el
exterminio explicado como “solución
final” y los términos que usó la propaganda nazi en sus grandes campañas
comunicadoras. En ese mismo malabarismo verbal, el capitalismo descontrolado ya
no destruye empresas por reestructuración, fusión o absorción, sino que las integra. Ya no ejerce colonialismo sobre
países del tercer mundo, sino que colabora con economías emergentes.
Se juega con conceptos de sicología, de
sociología, de salud, se les adorna, se les gira y se les expone como verdades sólidas
y además, como la única verdad que han de consumir las personas informadas, ya que
todo lo demás es obsoleto o fantasioso. Con
lo que establecen una nueva categoría social: los informados frente a los ignorantes,
palabra que debe ser sobreentendida pero no emplearse nunca para no ofender al posible
votante. Debe deducirlo él mismo.
Son juegos verbales, eufemismos,
construcciones para disimular y conducir el pensamiento de la gente hacia los
páramos donde quieren que descanse en paz. Porque si el lenguaje no expresa
nada doliente, agresivo o combativo, no hay causa para que las gentes emprendan
una acción en contra. Y todo el sistema sigue funcionando en su propia paz.
No son conceptos conspiranoicos ni
nuevas versiones de la famosa obra El Gran Hermano. Son hechos tan antiguos
como la comunicación, como los juegos de poder, tienen su origen en las
primeras comunidades humanas. La diferencia es que ahora el mundo es mucho más
intrincado y se usan juguetes mucho más complejos.
El autor conoce el tema de la
comunicación desde la cuna. Nacido en París de
madre palestina y padre judío nacido en Egipto. Se implicó con el FLN en
la guerra de Argelia, fue cirujano cardiovascular, fundó la Asociación Médica
Francopalestina, fue médico en la guerra, fue director de la editorial Hazan
(dedicada a libros de arte) creada por su padre. Después crea la editorial La
Fabrique y empieza a escribir ensayos y a traducir otros autores.
Eric Hazan sintetiza
el contenido de su libro en la contraportada: “Cada día hay cientos de mensajes en una lengua nueva. La que surge del
Nuevo Orden, de Bruselas y de los laboratorios de ideas liberales. Con ella se
intenta dar un barniz de respetabilidad al racismo ordinario, asegurar la
apatía siempre que el orden liberal no se vea amenazado. Es un arma
postmoderna, en la que ya no es cuestión de ganar la guerra civil, sino de
escamotear el conflicto, de volverlo invisible e inaudible. La LQR consigue
extenderse sin que prácticamente nadie parezca darse cuenta de esta nueva
versión de la banalidad del mal.”
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