sábado, 23 de junio de 2018

LQR, la propaganda de cada día


LQR La propaganda de cada día, es el título de un pequeño ensayo de 130 páginas escrito por Eric Hazan. El propio autor explica que LQR significa Linguae Quintae Respublicae, la lengua de la quinta república francesa. Que sea una frase en latín responde a la antigüedad del lenguaje como instrumento manipulador, de usar determinadas palabras como armas para vencer al que escucha. Y ya lo hacían los romanos.
Un pensamiento atribuido a Gandhi asegura: “Vigila tus pensamientos, porque se convierten en palabras. Vigila tus palabras, porque se convierten en actos. Vigila tus actos, porque se convierten en hábitos. Vigila tus hábitos, porque se convierten en carácter. Vigila tu carácter, porque se convierte en tu destino”.

Las palabras son la forma de verbalizar pensamientos, conocimientos, proyectos. También son la forma para explicar lo que hay en el mundo, lo que sucede. Tienen el poder absoluto de cambiar la percepción de la realidad, de conducir el pensamiento (y el comportamiento) de las gentes en la dirección que quieran.  Y los que se dedican a la cosa pública lo saben y lo usan.


Hazan basa la mayoría de su ensayo en el mundo francés, pero ya comenta que es extrapolable a todo el mundo occidental. Los grandes conceptos (ya no hay pobres, sino gentes de condición modesta) aplacan a los desahuciados por el sistema (un rico abogado de origen modesto…). Se desactivan las grandes manifestaciones reclamando mejoras, porque parece que con un poco de esfuerzo y otro poco de suerte, cualquiera de condición modesta puede llegar a ser rico.

El uso perverso del lenguaje es tan antiguo como el lenguaje en sí. Todavía resuenan en las cavernas de Europa el exterminio explicado como “solución final” y los términos que usó la propaganda nazi en sus grandes campañas comunicadoras. En ese mismo malabarismo verbal, el capitalismo descontrolado ya no destruye empresas por reestructuración, fusión o absorción, sino que las integra. Ya no ejerce colonialismo sobre países del tercer mundo, sino que colabora con economías emergentes.
Se juega con conceptos de sicología, de sociología, de salud, se les adorna, se les gira y se les expone como verdades sólidas y además, como la única verdad que han de consumir las personas informadas, ya que todo lo demás es obsoleto o fantasioso. Con lo que establecen una nueva categoría social: los informados frente a los ignorantes, palabra que debe ser sobreentendida pero no emplearse nunca para no ofender al posible votante. Debe deducirlo él mismo.   
Son juegos verbales, eufemismos, construcciones para disimular y conducir el pensamiento de la gente hacia los páramos donde quieren que descanse en paz. Porque si el lenguaje no expresa nada doliente, agresivo o combativo, no hay causa para que las gentes emprendan una acción en contra. Y todo el sistema sigue funcionando en su propia paz.

No son conceptos conspiranoicos ni nuevas versiones de la famosa obra El Gran Hermano. Son hechos tan antiguos como la comunicación, como los juegos de poder, tienen su origen en las primeras comunidades humanas. La diferencia es que ahora el mundo es mucho más intrincado y se usan juguetes mucho más complejos.

El autor conoce el tema de la comunicación desde la cuna. Nacido en París de  madre palestina y padre judío nacido en Egipto. Se implicó con el FLN en la guerra de Argelia, fue cirujano cardiovascular, fundó la Asociación Médica Francopalestina, fue médico en la guerra, fue director de la editorial Hazan (dedicada a libros de arte) creada por su padre. Después crea la editorial La Fabrique y empieza a escribir ensayos y a traducir otros autores.

Eric Hazan sintetiza el contenido de su libro en la contraportada: “Cada día hay cientos de mensajes en una lengua nueva. La que surge del Nuevo Orden, de Bruselas y de los laboratorios de ideas liberales. Con ella se intenta dar un barniz de respetabilidad al racismo ordinario, asegurar la apatía siempre que el orden liberal no se vea amenazado. Es un arma postmoderna, en la que ya no es cuestión de ganar la guerra civil, sino de escamotear el conflicto, de volverlo invisible e inaudible. La LQR consigue extenderse sin que prácticamente nadie parezca darse cuenta de esta nueva versión de la banalidad del mal.”


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