Escrita por Morris West en 1959, esta novela policíaca fue uno de sus mayores éxitos
literarios y gracias a ella le concedieron varios premios: El Nacional
Brotherhood, el Premio Memorial James Tait Black y el Premio Heinemann de la
Real Sociedad de Literatura.
A lo largo de 300 páginas, West desarrolla la investigación
minuciosa de Meredith, un sacerdote
de la alta curia romana encargado de hacer de Abogado del diablo contra la voluntad de un pequeño pueblo de la
zona italiana de Calabria, que quiere beatificar a uno de sus vecinos. Ha de
encontrar pruebas en contra de los milagros que le atribuyen unas gentes “de raza dura que usaban palabras ásperas,
porque conocían pocas de las otras. Sus símbolos eran vulgares porque la vida
los embrutecía y el hambre del estómago no puede satisfacerse con sueños.”
Blaise
Meredith, inglés, es un enfermo terminal de cáncer,
su esperanza de vida es de pocos meses. Se enfrenta al encargo con un
sentimiento de obligación, con el temor de morir antes de acabar el informe y a
la vez, con una permanente obsesión por la soledad. Como sacerdote no tiene
esposa, no tiene hijos, no tiene vínculos familiares porque se ha desarrollado
en el seno de la iglesia católica y siempre a disposición de lo que le
ordenaran. Y en esos momentos de fragilidad física, de dolor insoportable y de
muerte inminente, la soledad se le hace un peso mayor que su enfermedad.
West
relata: “En Italia, la muerte es áspera,
dramática, una salida de gran ópera, con coros de dolientes, penachos ondeados
con ímpetu y negras carrozas barrocas que ruedan frente a palacios de estuco
para llegar a las bóvedas de mármol del camposanto. En Inglaterra tiene un
aspecto más suave: exequias murmuradas discretamente en una nave de estilo
normando, una tumba abierta en césped recortado –entre lápidas de piedra
envejecidas por la intemperie- y libaciones servidas en la taberna con vigas de
encina frente a la puerta del cementerio.”
Los demás personajes tienen sus propias historias,
sus miserias, sus circunstancias y su pequeña grandeza, lo que va tiñendo las
páginas de una humanidad mucho más allá de la religión (o el ateísmo) que cada
uno profese. Y con las causas y las consecuencias de todos, Meredith va reconstruyendo la vida del
fallecido a través de lo que le cuentan, lo que le callan y lo que el propio
fallecido escribió.
Morris
Langlo West (1916-1999) fue un escritor australiano con más
de 40 obras escritas, algunas de ellas llevadas al cine, y de las que llegó a
vender más de 60 millones de ejemplares. De familia católica irlandesa, toda su
vida estuvo ligada a la religión, desde el colegio de los Hermanos Lasalle a
las universidades de Melbourne y Hobart. Estuvo doce años en el monasterio de
los Christian Brothers, donde tomaba
los votos anuales, aunque no realizó los definitivos y dejó los hábitos. Fue
profesor de idiomas modernos y de matemáticas, en la Segunda Guerra mundial
trabajó en los servicios de inteligencia, vivió en Austria, Italia, Inglaterra
y EEUU. Trabajó en la radio en Melbourne, fue corresponsal en el Vaticano y
desde 1954 se dedicó plenamente a escribir. En 1953 se casó con Joyce Lawford, y tuvieron cuatro hijos.
En sus obras de ficción histórica salen
reflejadas cuestiones de política internacional, consecuencias de la Gran
Guerra, y en muchas ocasiones, el papel de la Iglesia católica en asuntos
internacionales, tanto de forma directa como indirecta. Sus conocimientos de la
iglesia y su fino olfato le permitieron escribir Las sandalias del pescador anunciando la llegada de un Papa eslavo
(que después sería Karol Wojtyla) y
posteriormente Eminencia, donde
anunciaba la llegada de un papa latino, (que después sería el argentino Jorge Mario Bergoglio). West murió de un infarto a los 83 años mientras
trabajaba en una novela sobre la muerte en la hoguera de Giordano Bruno, acusado de herejía en 1600.
La obra de West fue llevada al cine en 1977 por la productora Bavaria
Filmkunst (Alemania del Oeste, RFA),
protagonizada por John Mills, Paola Pitagora, Stephane Audran, Jason
Miller, Romolo Vall y Raf Vallone.
“Blaise
Meredith no se había entregado nunca a nadie. A nadie había pedido favores,
porque solicitar un favor es entregar el orgullo y la independencia. Ahora,
fuese cual fuese la denominación que diera al hecho, no se resolvía a pedir un
favor al Todopoderoso, en quien profesaba creer y con quien, de acuerdo con su
misma creencia, tenía una relación paterno-filial. Esa era la razón de su
terror. De no someterse, continuaría siendo lo que era: un ser solitario, estéril,
sin amigos por toda la eternidad.”