jueves, 16 de abril de 2020

El abogado del diablo


Escrita por Morris West en 1959, esta novela policíaca fue uno de sus mayores éxitos literarios y gracias a ella le concedieron varios premios: El Nacional Brotherhood, el Premio Memorial James Tait Black y el Premio Heinemann de la Real Sociedad de Literatura.

A lo largo de 300 páginas, West desarrolla la investigación minuciosa de Meredith, un sacerdote de la alta curia romana encargado de hacer de Abogado del diablo contra la voluntad de un pequeño pueblo de la zona italiana de Calabria, que quiere beatificar a uno de sus vecinos. Ha de encontrar pruebas en contra de los milagros que le atribuyen unas gentes “de raza dura que usaban palabras ásperas, porque conocían pocas de las otras. Sus símbolos eran vulgares porque la vida los embrutecía y el hambre del estómago no puede satisfacerse con sueños.”

Blaise Meredith, inglés, es un enfermo terminal de cáncer, su esperanza de vida es de pocos meses. Se enfrenta al encargo con un sentimiento de obligación, con el temor de morir antes de acabar el informe y a la vez, con una permanente obsesión por la soledad. Como sacerdote no tiene esposa, no tiene hijos, no tiene vínculos familiares porque se ha desarrollado en el seno de la iglesia católica y siempre a disposición de lo que le ordenaran. Y en esos momentos de fragilidad física, de dolor insoportable y de muerte inminente, la soledad se le hace un peso mayor que su enfermedad.


West relata: “En Italia, la muerte es áspera, dramática, una salida de gran ópera, con coros de dolientes, penachos ondeados con ímpetu y negras carrozas barrocas que ruedan frente a palacios de estuco para llegar a las bóvedas de mármol del camposanto. En Inglaterra tiene un aspecto más suave: exequias murmuradas discretamente en una nave de estilo normando, una tumba abierta en césped recortado –entre lápidas de piedra envejecidas por la intemperie- y libaciones servidas en la taberna con vigas de encina frente a la puerta del cementerio.”
 
Los demás personajes tienen sus propias historias, sus miserias, sus circunstancias y su pequeña grandeza, lo que va tiñendo las páginas de una humanidad mucho más allá de la religión (o el ateísmo) que cada uno profese. Y con las causas y las consecuencias de todos, Meredith va reconstruyendo la vida del fallecido a través de lo que le cuentan, lo que le callan y lo que el propio fallecido escribió.

Morris Langlo West (1916-1999) fue un escritor australiano con más de 40 obras escritas, algunas de ellas llevadas al cine, y de las que llegó a vender más de 60 millones de ejemplares. De familia católica irlandesa, toda su vida estuvo ligada a la religión, desde el colegio de los Hermanos Lasalle a las universidades de Melbourne y Hobart. Estuvo doce años en el monasterio de los Christian Brothers, donde tomaba los votos anuales, aunque no realizó los definitivos y dejó los hábitos. Fue profesor de idiomas modernos y de matemáticas, en la Segunda Guerra mundial trabajó en los servicios de inteligencia, vivió en Austria, Italia, Inglaterra y EEUU. Trabajó en la radio en Melbourne, fue corresponsal en el Vaticano y desde 1954 se dedicó plenamente a escribir. En 1953 se casó con Joyce Lawford, y tuvieron cuatro hijos.

En sus obras de ficción histórica salen reflejadas cuestiones de política internacional, consecuencias de la Gran Guerra, y en muchas ocasiones, el papel de la Iglesia católica en asuntos internacionales, tanto de forma directa como indirecta. Sus conocimientos de la iglesia y su fino olfato le permitieron escribir Las sandalias del pescador anunciando la llegada de un Papa eslavo (que después sería Karol Wojtyla) y posteriormente Eminencia, donde anunciaba la llegada de un papa latino, (que después sería el argentino Jorge Mario Bergoglio). West murió de un infarto a los 83 años mientras trabajaba en una novela sobre la muerte en la hoguera de Giordano Bruno, acusado de herejía en 1600.

La obra de West fue llevada al cine en 1977 por la productora Bavaria Filmkunst  (Alemania del Oeste, RFA), protagonizada por John Mills, Paola Pitagora, Stephane Audran, Jason Miller, Romolo Vall y Raf Vallone.

 Blaise Meredith no se había entregado nunca a nadie. A nadie había pedido favores, porque solicitar un favor es entregar el orgullo y la independencia. Ahora, fuese cual fuese la denominación que diera al hecho, no se resolvía a pedir un favor al Todopoderoso, en quien profesaba creer y con quien, de acuerdo con su misma creencia, tenía una relación paterno-filial. Esa era la razón de su terror. De no someterse, continuaría siendo lo que era: un ser solitario, estéril, sin amigos por toda la eternidad.”




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