Los medios están llenos de agresiones machistas. Se publican declaraciones solemnes de expertos que aseguran que ellas se enamoran de quien no deben, como si fuera una estupidez que sólo sufren las mujeres, sentimentaloides suicidas que deberían hacer un test antes de saludar al que les acompaña tomando una copa. Se proclaman leyes, se decretan órdenes de alejamiento, pulseras chillonas… todo para después de la violencia. Educar en el respeto está muy bien para el futuro, pero en el presente tenemos más de una muerte por semana, no podemos esperar. Para detener esta carnicería hay que actuar antes de la agresión.
El ser humano es social por naturaleza. El varón sigue sintiendo necesidad de formar parte de un grupo: de cazadores de mamuts, de jugadores de fútbol, de lo que sea. Sin embargo, la mujer sigue viviendo sola. La maternidad y el cuidado de los hijos la han mantenido siempre aislada en casa, y al ser considerada no productiva sino reproductiva (la supervivencia de la especie, nada menos), no se la valora. Ya está incorporada al mundo laboral, pero con más problemas que ventajas.
Los motivos por los que un hombre ataca a una mujer suelen salir de un gran cajón donde se amontonan frustración, inmadurez emocional, inseguridad, coleccion de fracasos vitales, celos, problemas en el trabajo, bebida por inadaptación social…Y ataca a quien tiene más cerca, su mujer. A la que considera su propiedad ya que él le da de comer. Su agresión tiene una voluntad de autoafirmación, de demostrar que sigue siendo válido para formar parte del grupo. Por eso después de la agresión aluden de una forma obtusa a un ataque verbal de ella (“¡yo soy un hombre, qué se ha creído!”) o que lo había abandonado (cómo puede irse algo que es mío?) o lo más alienante, que él se ha quedado sin trabajo y “¿qué harán ella y los niños?”, así que masacre y nadie sufrirá en el futuro.
Es una forma de gritar a los demás hombres que es un gran macho de la manada, que no lo dejen solo. Y ahí está la clave para detener esta sangría en tiempo presente, hasta que las generaciones bien educadas lleguen a adultas. Que los demás varones no acepten este comportamiento. No se trata del gesto del anuncio de mirar al agresor y soltarle “si pegas a una mujer tú no eres hombre”. Están usando el mismo argumento del agresor: la testosterona como medida. Ser macho por pegar o ser macho por no pegar.
La clave está en que los varones no agresivos (que afortunadamente son millones) entiendan qué es ser persona por encima de tanto ruido. Y que no consientan ningún otro comportamiento. Un comentario grosero puede ser una broma maloliente, pero si se va repitiendo ya no es una broma, es un síntoma. Un correo electrónico con unos genitales abiertos y chorreantes puede ser de mal gusto. Docenas de correos en la misma línea indican ya una característica de carácter. Es una forma más de deshumanizar, de cosificar a la mujer: no es un ser humano, no es de la manada, es un trozo de carne a disposición, esas fotos son un “juguete” que el macho comparte con sus compañeros de grupo.
Los varones no agresivos tendrían que rechazar esa actitud y dejarle claro al que la ejecuta que no es aceptado. Pero no lo hacen. No por que compartan la agresividad, sino porque no la ven. El menosprecio hacia la mujer como ser inferior está extendido desde siempre como un olor, como un telón de fondo que a fuerza de estar siempre ahí nadie lo ve. Y la solidaridad de género los lleva a sentirse más cerca de quien exhibe testosterona que de quien es diana de esa testosterona. No son agresivos, pero tampoco se van a enzarzar en una discusión por esa tontería… No les gusta, pero tampoco es para ponerse así… y con esa actitud los comportamientos se eternizan y a la mínima que la presión lleva a la frustración surge la violencia como liberación.
Señores no agresivos, imaginaros el cuadro: una mujer de vuestro despacho tiene todas sus carpetas cubiertas de fotografías de falos y pectorales de concurso, pone más fotos en las paredes del despacho que comparte con vosotros, sólo comenta medidas de penes y número de veces de sexos, que mira a cualquier hombre con el que se cruce de abajo a arriba y lo tasa, que siempre hace el mismo tipo de comentarios entre risotadas, que os envía siempre fotografías húmedas de muchos centímetros que define como “artísticas”, que comenta siempre los muchos machos con los que se acuesta y que sólo valen lo que dura dura... Cansa, verdad?
Pues nosotras lo aguantamos toda la vida.
En vuestras manos está que el presente cambie.
Texto y fotos: Marga Alconchel
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