Siete chicos han violado por turnos a una chica de 13 años. Y a los pocos días, otra chica, otros chicos, mismo hecho. No es una cuestión de sexo: es violencia contra alguien vulnerable. No se les puede meter en la cárcel, tampoco deberían estar en la calle. Algo muy serio falla cuando les importa más pertenecer a un grupo que el daño que causan.
Unas voces piden bajar la edad penal: mal anda una sociedad que para atajar la violencia mete en la cárcel a niños de menos de 14 años. Los que lo defienden dicen que si ya tienen edad de hacer daño, tienen edad para pagarlo. Eso entraría en el convencimiento de que hay gente (niños) que nacen intrínsecamente malos y por tanto sólo se les puede encarcelar. Dicen que las leyes son demasiado permisivas. La historia de la Humanidad ha demostrado sobradamente que se gana más educando que pegando.
En este problema hay dos lados que atender, la víctima y los atacantes. Mirando a los atacantes, hay dos cuestiones que decidir: que se hace ahora con éstos, y cómo evitar que más adelante lo hagan otros. Y de dónde salen éstos para evitar que salgan otros.
Y ahí nos encontramos con niños asilvestrados que han crecido sin guía familiar, ambientes donde los pequeños delitos son lo habitual, climas sociales donde el concepto de bien/mal es muy, muy flexible. Críos llenos de dudas que las solucionan con lo que ven a su alrededor: gana el que pega primero. Es evidente que solucionar eso es mucho más complejo que educar a los chicos para que no ataquen, pero ese es un principio.
En esos ambientes marginales también hay una inmensa bolsa de inmigración que traen sus propias leyes y sus propias culturas, no siempre respetuosas. Y todos se influyen entre sí. Una maestra de escuela me comentaba que tenía un alumno islámico que cuando cumplió 7 años empezó a no hacerle caso porque en casa le habían dicho que las mujeres son inferiores y él ya era un hombre. Y por supuesto, los demás críos de la clase querían seguir su ejemplo. Esas son las causas que hay que atajar para que no vuelva a suceder.
Por supuesto, también están los que no han conocido problemas económicos y sencillamente creen que son superiores y eso les concede impunidad. Y si sobrevienen problemas, papápaga. Tampoco han de ir a la cárcel, pero también tienen mucho que aprender.
Y con lo que ya ha pasado, qué hacemos? Dejar en la calle a un chico que sabe que ha hecho mal y ha comprobado que puede burlar a la justicia con las propias armas de la justicia es un ejemplo muy peligroso. Esos niños concretos necesitan un severo trabajo sicológico, en una institución cerrada o no, según determinen los que de eso saben. Pero no pueden quedarse impunes. Tienen que aprender ahora lo que no aprendieron en su momento. Y saber que hacer daño nunca es la salida para nada.
En una ocasión, un chico que conducía a lo loco y ponía en riesgo a los demás, fue condenado a realizar trabajos sociales en una clínica de rehabilitación de tetrapléjicos, muchos de ellos por accidentes de tráfico. Quedó concienciado de por vida, sin un sólo bofetón.
Quizás por ahí haya un poco de esperanza para este caso, porque con 13 años no se puede decir que son irrecuperables. Martín Luther King dijo: “Si supiera que el mundo se acaba mañana, hoy todavía plantaría un árbol”.
Texto y fotos: Marga Alconchel
1 comentario:
YO creo que todos o casi casi todos los delitos de sangre que se están cometiendo hoy en día (violencia de género y casos como el que comnentas) son perpetrados por emigrantes o sus hijos. No se integran. esa es mi opinión.
TERESA
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