Hay algo profundo, instintivo, en el afán de
domar el hierro y el fuego. En poder someter a un elemento con el otro, y a los
dos, moldearlos según una idea propia. Construir con ellos algo duradero que resulte
útil o simplemente hermoso, que es otra forma de utilidad. Tan importante es
ese afán de dominio del fuego, que los romanos le asignaron todo un dios eterno
(Vulcano) y aseguraron que de él son
todos los volcanes de la tierra y toda la lava ardiente de las profundidades.
El hierro es uno de los materiales más abundantes de la corteza de la
tierra. Él es la causa del campo magnético planetario, y es tan útil como para
definir toda una etapa del desarrollo humano, la Edad de
Hierro.
Tan duro como para necesitar 1.500ºC para
fundirse. Tan dúctil como para adoptar prácticamente todas las formas. Tan
versátil como para ser imán y acero. Tan compatible como para alearse con otros
metales. Tan necesario como para estar en las estructuras de los miles de
edificios que han cambiado el perfil de las ciudades, tan polifacético como
para estar en los clips de la oficina y en los tenedores de la cocina.
Hay algo hipnótico en el trabajo de la forja,
en la imagen de las piezas al rojo vivo, domeñadas y convertidas en obras de
arte. Hay una enorme fuerza contenida en esos objetos de hierro que ya ha
vuelto a ser negro, pero con otra forma de ser. El hombre convirtió este dominio en
herramientas y armas.
El conocimiento se convirtió en oficio y el oficio se
vistió de arte. Todos los pobladores que han tenido vetas de hierro en su
tierra han tenido forja, y los forjadores han sido uno de los oficios más
importantes de los pueblos.
Forjadores tenían los romanos, y su trabajo
se recrea cada año en la Magna Celebratio,
ese fin de semana en que toda Badalona, la vieja Baetulo, se llena de tenderetes donde todos los maestros exponen lo
que fue su oficio. Y donde los forjadores ponen su horno y su saber propio al
alcance de la gente.
El Modernismo
supo transformar ese hierro en hadas, ondas, flores y dragones. Quedaron
diseminadas ventanas, vallas y puertas
ante las que brota el impulso de tocar como la necesidad de conocer las entrañas
de la tierra dominada.
Los Martí,
una de las familias tradicionales de forja en Catalunya, celebraron recientemente
su centenario con una exposición en el Real Círculo Artístico de Barcelona. Su
historia se remonta al siglo XVII. Dedicados a la crianza del vino, se
acercaron al hierro para construir por sí mismos los modestos aros que
necesitaban los toneles de vino. De ahí pasaron a los útiles de trabajo, a los
pequeños adornos, a las grandes obras y al trabajo por encargo, porque llevan tres
generaciones conviviendo con forjas y fuegos.
Hoy el hierro ha dejado paso a nuevas formas
en nuevos materiales, ha quedado reducido y ha dejado su faceta laboral por otra decorativa, pero no por falta de interés del público, sino porque
el trabajo y la disciplina que implica dominar el fuego y el hierro impone una
servidumbre que no está adecuadamente compensada.
Un oficio y un saber con idioma propio: yunque, martinete, fuelle, acero, soldadura, templado, pavonado, palabras que suenan como conjuros necesarios para sobrevivir al trato con el hierro y el fuego.
2 comentarios:
Marga Spilman lo compartió en fb. 15.08.2016
Toni Sales etiquetó un me gusta en fb.
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