lunes, 23 de junio de 2008

Propietarios de la palabra matrimonio

Aunque las voces ahora están más moderadas, sigue la sorda lucha por conseguir que “matrimonio” sea definido únicamente como el contrato católico. ¿La iglesia es propietaria de las palabras? Desde cuando tiene patentado el dominio de ese término?

Matrimonio es una palabra de origen latino que significa, etimológicamente, “una mujer”, entendido en su sentido más antropológico, de matriz. O sea, en tiempos de promiscuidades habituales, indicaba la unión con una sola mujer.

La iglesia católica adoptó ese término junto a miles más. Y no es bueno ni malo, es un paso en el camino de consolidación de cualquier agrupación humana. De ahí a pretender que se es propietaria no sólo de las voluntades, no sólo de los deseos, no sólo del bien absoluto, sino incluso de las palabras, raya en la paranoia. No olvidemos que es un asociación privada como cualquier otra.

Que no acepten la unión entre dos personas del mismo sexo es una de sus características, como tampoco aceptan el divorcio, ni el sacerdocio de las mujeres, ni la abolición del celibato… Sin embargo, nacieron en medio de un imperio romano caracterizado por la bisexualidad cotidiana y el divorcio, entre otras múltiples variedades de las relaciones humanas. El matrimonio de los sacerdotes católicos existió durante sus mil primeros años, y desde que se abolió y se obligó al celibato por cuestiones económicas se han disparado los casos de sacerdotes con “mayordomas” íntimas, con hijos no legalizados, con comportamientos gay… más que escandalizarse por la vida que hay fuera del alzacuellos, tendrían que poner al día sus propias normas internas.

La iglesia católica, cualquier iglesia, vela por intangibles, por cuestiones espirituales, por ideas que están más allá de lo estrictamente humano. Pero no deberían dejar de estar en lo cotidiano, y tendrían que ser conscientes de que el mensaje de los libros en los que se basan es etéreo, anímico. Pretender que la vida de las gentes que buscan su consejo se mantenga hoy, línea por línea, como hace dos mil años, es demostrar que están lejos, muy lejos, de la realidad.

Texto y fotos: Marga Alconchel

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