viernes, 7 de agosto de 2015

Las rosas no son sólo flores

Un domingo perezoso de la pasada primavera, un parque público cuidado, primoroso, en esa parte alta de Barcelona donde se amontonan universidades y rascacielos. Un concurso de rosas nuevas que no es nuevo: quince ediciones lleva ya. A los miles de rosales que viven en el Parque Cervantes les añadieron cientos de rosales venidos para exhibirse ante los jurados, y sobre todo, ante la gente. Porque los jurados no perdonan ni una imperfección, mientras que la gente valora hasta la más pequeña belleza.
 Rosas con nombres aristocráticos, con orígenes exóticos, de grandes tamaños y de pequeñas joyas. Una señora va armada con tres cámaras compactas. No entiende de tarjetas de memoria, así que ha arramblado con las máquinas de toda la familia. La ha traído su prima desde el otro extremo de la ciudad, uno de esos barrios obreros donde las rosas se regalan en fechas señaladas y en las macetas suele haber geranios.
Las dos están entusiasmadas y ella quiere llevarse las cámaras llenas para enseñarlas a los sobrinos, a los vecinos, a las compañeras de trabajo y a los del bar de la esquina. Han tardado hora y media en transporte público y han encontrado la mitad de las rosas ya desmayadamente abiertas. Pero un sólo capullo en solisombra les hace admirar el rosal entero, van repitiendo como un ensalmo “¡fabulosa!”. Se les entiende, no hace falta darle más vueltas al diccionario.

Una niña ha convertido el sombrerito que le obliga a llevar su madre en una cesta con la que recoger todos los pétalos del césped. Su madre protesta: donde la niña encuentra materia prima para una obra de arte, ella ve basura que tendrá que limpiar después. Una chica valora un modelo para usarlo en su boda, y planea en voz alta un túnel de rosas bajo el que pasar con el que será su marido. Él, procurando ser condescendiente, le dice que lo encuentra un poco cursi, de culebrón latino. Ninguno de los dos añade nada más y el tema queda en el aire.

Las flores son el recurso publicitario más socorrido en primavera, pero la rosa tiene un reclamo especial, algo primario que llama la atención hasta a los que no les gustan las flores. Un simbolismo cultural y atávico, oculto en la memoria colectiva, enraizado en antiguas creencias. Hay bastantes filosofías que la tienen como símbolo, porque crece en espiral, girando sus pétalos en el mismo sentido que el planeta. De ahí a considerarla puente con otras realidades, símbolo de evolución personal, prueba de armonía universal….


En el mundo oriental se le considera yin, receptiva. Por tanto, se cree que atrae la buena suerte y la intuición. Los derviches creían que una rosa (ward) al abrirse expandía el aroma del paraíso. Y someterse a su influjo aportaba las realidades espirituales al corazón. El misticismo occidental hablaba de la perfección de sus formas para utilizarla como alegoría de evolución. Semánticamente su nombre deriva de rocío (ros), y se utiliza como imagen de regeneración, de iniciación. La simbología griega, la romana, los cristianos, y casi todas las filosofías esotéricas (rosacruces, templarios, masones) se han fijado en sus capas, en sus giros.


Los bellos vecinos casual de la zona alta se cruzan frente a los rosales con todo el paisanaje sandalio de lejanos barrios, que han llegado hasta aquí cruzando la ciudad al reclamo de tanta rosa. Ven cómo se inclinan, meten la nariz y aspiran con fuerza para comprobar algo que es evidente en el ambiente: no huelen. Porque la excelencia tiene esas cosas: tantísimo trajín con injertos, modelos, cruces, resistencias y plaguicidas han conseguido unos bellísimos ejemplares sin olor, que para eso están los frascos de perfume.


No importa mucho: las ancianas perdonan, los críos corretean, la niña sigue recogiendo pétalos, y las industrias perfumistas hace tiempo que se entienden con cuestiones más químicas que botánicas. El certamen acaba, la gente va desfilando hacia cuestiones más mundanas (se hace la hora de comer), el parque se va quedando tranquilo… y en las flores se queda un algo de agotamiento, de exposición excesiva, de toquiteo innecesario. Meses después el parque sigue siendo el de las rosas, pero ya no es lo mismo…

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