La Modelo es el
nombre de la que fue prisión principal de Barcelona. Inaugurada en 1904, se
clausuró definitivamente en junio de 2017 y se ha abierto al público con una
exposición que recorre los momentos más señalados de su tormentosa historia.
Plano de la zona visitable |
El patio de entrada recibe a los
visitantes con grandes carteles amarillos que despistan del estado de gran
deterioro que tiene el edificio, a la vez que anuncian uno de los logros del
sistema: un modelo de reinserción laboral basado en la producción de objetos de
consumo cotidiano, etiquetado por su acrónimo Cire. Bolsos de playa y de paseo, cojines, neceseres, delantales de
cocina o barbacoa… todo de factura impecable e impecablemente atendido por
hombres que acaban afónicos después de explicar detalladamente los procesos de
confección, la calidad y los precios muy competitivos de lo que venden.
Después de ese primer momento, la
visita al interior se realiza por grupos, reproduciendo el funcionamiento
habitual del centro: Se abre una puerta de barrotes metálicos, entra el grupo,
se cierra y todos quedan atrapados en un espacio entre dos puertas, ante el
vigilante tras una ventana acristalada. Una voz sale por megafonía y lanza
mensajes escuetos y serios, recordando a todos los visitantes que no es un
lugar festivo, y que se les pide comportamiento digno ante la historia de las
paredes.
Luego se abre la reja interior, se
pasa por un pasillo con puertas de servicios (enfermería, despensa) y se llega
a la siguiente puerta, donde se repite el proceso, para pasar al claustro con panóptico
del que parten las seis galerías del centro, aunque sólo están abiertas dos. Es
inevitable un peso en el estómago pensando en las gentes que siguieron ese
ritual para entrar y tardaron años en salir.
El sistema penitenciario de cualquier
país está pensado para controlar la delincuencia. En los últimos años se añadió
el objetivo de reinsertar al preso apelando a su condición intrínseca de ser
humano: ha cometido un delito, ha pagado su culpa, puede volver a la sociedad
libremente. Y en esa dirección, los carteles de la exposición incluyen el
trabajo de los 5.600 funcionarios que han pasado por sus instalaciones:
maestros, trabajadores sociales, sicólogos, monitores, sanitarios, juristas…
Sin embargo, la historia convulsa del
siglo XX también ha convertido las cárceles en centros arbitrarios de encierro
por hurtos menores, causas políticas, tendencias sexuales, o por ser del bando
perdedor en la guerra civil. Esa historia sombría figura en los carteles
interiores, que no disimulan ni las glorias ni las miserias de La Modelo y del país en el que existió.
Una de las piezas destacadas es una
garita octogonal (panóptico) situada
de tal forma que permitía una amplísima visión de patios y galerías, un
concepto nuevo de prisión donde los internos estaban distribuidos en celdas
individuales, instaladas en galerías entre las que habían patios para hacer
ejercicio, un concepto mucho más humano que las construcciones anteriores sin
espacios comunes.
El primer cartel de la exposición ya
da los primeros datos de la famosa masificación que tuvo durante sus 113 años
de vida: “La capacidad de la prisión era
de unos 800 reclusos. En 1939, al acabar la Guerra Civil, la Modelo llegó a
tener 12.745 internos”. El promedio era de 14 presos en cada celda, que tenía
en su interior literas dobles, un sanitario separado por medio tabique, un
pequeño lavabo y unas estanterías de obra para objetos personales.
La visita sigue por una galería donde
se han reproducido las celdas de los internos más conocidos, desde Juan José Moreno Cuenca (El Vaquilla), que entró en la cárcel por
primera vez a los 13 años y fue protagonista de muchos motines durante los años
70, convulsos tras la muerte de Franco y los cambios del país. Creó la Cooperativa de Presos en Lucha (COPEL),
que pedía la amnistía total para los internos, lo que también reivindicaba el
sacerdote Lluís Maria Xirinacs,
desde su celda y después desde sus huelgas de hambre frente a la prisión.
La vista de la galería y los
interiores de celdas (de varios tamaños, todas pequeñas) está acompañado por el
sonido ambiente que reproduce la vida cotidiana del centro. Muchas voces,
ruidos de puertas, de sillas, de vida, pero a alto volumen, porque el
hacinamiento y las duras condiciones de vida tenían el ambiente crispado. El
centro tuvo épocas de drogas, de luchas por un cambio en el modelo
penitenciario, de motines y grandes altercados violentos.
También tuvo su lugar para la muerte a
garrote vil, cuando existía la pena capital en el país. El último ajusticiado
en 1974 fue el anarquista Salvador Puig
Antich, cuyo gran retrato preside una de las celdas. El sistema de
ajusticiamiento era simple: una argolla de hierro situada alrededor del cuello
y un torniquete exterior accionado por el verdugo que proyectaba un émbolo que
debía romper las vértebras cervicales y provocar la muerte instantánea. Como
dependía de la fuerza física del verdugo y de su rapidez, en muchas ocasiones
la muerte llegaba tras una larga asfixia.
Ejemplo de Garrote Vil |
El sillón del garrote estuvo situado
acerca de la entrada para poder sacar el cadáver rápidamente. Desde la
abolición de la pena de muerte, el espacio se dedicó a cartería y hoy las
baldosas del suelo se han quitado en el lugar donde estuvo anclado y su
ausencia está señalizada con un foco de luz.
Entre 1939 y 1955 funcionó 1.618 veces.
El edificio también tiene su insólito
espacio de arte restaurado, la Capilla
Gitana. Fue obra de un interno, Helios
Gómez Rodríguez, a petición del capellán. El oratorio estaba situado en el
primer piso, en el corredor de los condenados a muerte. Pintó las paredes al
fresco, dedicadas a la Virgen de la Mercé, protectora de presos y cautivos.
Fiel a su origen, la pintó morena y con tres niños gitanos, rodeada de presos
famélicos y encadenados. La obra fue censurada posteriormente y completamente
tapada en 1998.
Las paredes de las celdas sirvieron de
lienzo también para los pensamientos y los sueños de muchos internos. Desde los
grafiti puramente sentimentales (te
quiero Encarnación Gutiérrez Calvo) hasta los de ubicación (Sant Boi, Casablanca) pasando por
dibujos, drogas o fútbol.
Curiosamente, el espacio dedicado a biblioteca es
poco más grande que una celda; siendo para ochocientos internos como mínimo, a
duras penas tuvo una estantería, una mesa y cuatro sillas. El locutorio, punto
donde las gentes de dentro hablaban con las gentes de fuera, aparenta un poco
de intimidad en los espacios aislados con cristales donde la rejilla para hablar
era la distancia mínima, y la frecuencia, dos visitas semanales de 20 minutos.
Caminando por las galerías, ante la decrepitud
del edificio, los dibujos grabados a boli sobre los desconchados, la estrechez
de las celdas y la certeza de la libertad impedida, es inevitable imaginar cómo
sería el sentir y el día a día de los encarcelados sin delito real, aquellos
que simplemente eran republicanos, o gays (una celda dedicada al camarero homosexual
A.R. y apodado La Gilda, unas celdas
para transexuales separadas de los demás), o políticos caídos en desgracia.
El edificio aguarda nuevo destino. Se
barajan distintas posibilidades y el gran solar es un bocado apetecible en un
barrio que ha visto dispararse la especulación ante el nuevo espacio
disponible.
En los comercios de alrededor se
siguen contando las historias de la droga que echaban a la cárcel por encima de
las tapias, del mafioso italiano al que mataron de un tiro en la frente desde
un balcón cuando asomó por la ventana de siempre, de las conversaciones con el
cura Xirinachs que hacía huelga de
hambre ante su puerta pidiendo amnistía…
La historia de una ciudad también es
la historia de sus zonas oscuras. Y este lugar es un ejemplo de evolución y de
superación de sus propias miserias para llegar a la paz con que ahora se despide
de su pasado.
1 comentario:
Muy bien descrito y documentado...Felicidades!!!
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