Barcelona siempre ha sido una ciudad con sed.
Está flanqueada por dos pequeños ríos con buena voluntad, pero poco caudal: el
Besós y el Llobregat. Durante el siglo XIX la ciudad sólo disponía de 20 litros
por habitante y día, cuando ahora se recomiendan 200.
Pere Falqués i Urpí |
La elección del lugar no fue arbitraria. No
sólo pesó el bajo precio de los terrenos, sino el hecho de que estaban a mayor
altura que el núcleo de Barcelona. Se podrían construir tuberías que por simple
efecto de gravedad y vasos comunicantes, llegarían a suministrar agua a todos
los vecinos hasta un cuarto piso de altura. Gran idea, grandes planos, grandes
proyectos, acciones a la venta, gran empresa y gran capital. Eso comportaba
gran negocio y los inevitables movimientos oscuros a favor y en contra.
Después de la construcción de la torre vino
la canalización por la ciudad, cada vez más extendida, las propuestas del
Ayuntamiento de la ciudad para comprar más caudal a la empresa de las Aguas de
Barcelona. Y por el otro lado, una industria que quería quedarse con esa fuente
de agua para su maquinaria, pero a bajo precio.
Inició una propaganda interesada de que la
capa freática tenía filtraciones de agua marina y era insalubre. Consiguió que
fallara la confianza pública, bajaron las ventas, faltaron los créditos… y
quiebra. Tras ese comportamiento, los propietarios de la Torre decidieron que
jamás venderían a ese industrial. Y de hecho, pasó a manos inglesas.
Es una historia apasionante en la que se encuentran desde boicot empresarial a orgullos desmedidos, participaciones empresariales arriesgadas, apuestas por el futuro, ruina y hasta un suicidio bajo sospecha.
Es una historia apasionante en la que se encuentran desde boicot empresarial a orgullos desmedidos, participaciones empresariales arriesgadas, apuestas por el futuro, ruina y hasta un suicidio bajo sospecha.
Han pasado muchos años y mucha historia. Hoy
la torre, con su porte esbelto y su depósito vacío, no aporta agua a los
ciudadanos de Barcelona. Pero su figura, modernista e industrial, marca el
perfil del barrio de Poblenou.
Como tantas instituciones, vive y se debe a la labor incansable de voluntarios, que con una dedicación incombustible han recuperado archivos, han conseguido ayudas, han recabado fotografías de los vecinos, y paso a paso, han reconstruido la historia en sus detalles y han creado un punto de interés que mantiene vivo un capítulo de la ciudad condal.
Como tantas instituciones, vive y se debe a la labor incansable de voluntarios, que con una dedicación incombustible han recuperado archivos, han conseguido ayudas, han recabado fotografías de los vecinos, y paso a paso, han reconstruido la historia en sus detalles y han creado un punto de interés que mantiene vivo un capítulo de la ciudad condal.
La visita guiada recorre el interior de la torre
y va anunciando el número de escalones (más de 300) que se van subiendo hasta
llegar al mirador del terrado, con unas vistas impagables sobre los tejados,
las calles y la orilla de la playa. Con profesionalidad y buen humor la guía va
narrando la historia en los detalles: el contador, con apariencia de reloj, que
indicaba el nivel de agua del depósito, las piezas oxidadas, los tramos de
escalones en el interior de las conducciones de agua.
Una torre que ha sido símbolo en el barrio,
que ha servido de inspiración para obras de arte, que fue un gran proyecto y
que hoy es un gran atractivo turístico que se eleva en el centro de una plaza
ajardinada, ofreciendo su historia y su altura a todo el vecindario del
Poblenou, ese barrio que nació con voluntad industrial.
Foto de 1888 |
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