martes, 22 de agosto de 2017

La Modelo

La Modelo es el nombre de la que fue prisión principal de Barcelona. Inaugurada en 1904, se clausuró definitivamente en junio de 2017 y se ha abierto al público con una exposición que recorre los momentos más señalados de su tormentosa historia.

Plano de la zona visitable
Fue diseñada como prisión modélica (de ahí su nombre) para el cumplimiento de condenas en condiciones dignas y para la reinserción correcta de ex-presidiarios, en unos momentos en que esos conceptos eran casi desconocidos. Sobre plano, ochocientos internos. Pocos años después de inaugurarse ya había albergado a más de 12.000. Son las luces del proyecto y las sombras de la historia real que se entrecruzan en todos los rincones de la prisión, que ahora, convertida en carcasa histórica, es una visita turístico-cultural obligada.

El patio de entrada recibe a los visitantes con grandes carteles amarillos que despistan del estado de gran deterioro que tiene el edificio, a la vez que anuncian uno de los logros del sistema: un modelo de reinserción laboral basado en la producción de objetos de consumo cotidiano, etiquetado por su acrónimo Cire. Bolsos de playa y de paseo, cojines, neceseres, delantales de cocina o barbacoa… todo de factura impecable e impecablemente atendido por hombres que acaban afónicos después de explicar detalladamente los procesos de confección, la calidad y los precios muy competitivos de lo que venden.

Después de ese primer momento, la visita al interior se realiza por grupos, reproduciendo el funcionamiento habitual del centro: Se abre una puerta de barrotes metálicos, entra el grupo, se cierra y todos quedan atrapados en un espacio entre dos puertas, ante el vigilante tras una ventana acristalada. Una voz sale por megafonía y lanza mensajes escuetos y serios, recordando a todos los visitantes que no es un lugar festivo, y que se les pide comportamiento digno ante la historia de las paredes.
 
Luego se abre la reja interior, se pasa por un pasillo con puertas de servicios (enfermería, despensa) y se llega a la siguiente puerta, donde se repite el proceso, para pasar al claustro con panóptico del que parten las seis galerías del centro, aunque sólo están abiertas dos. Es inevitable un peso en el estómago pensando en las gentes que siguieron ese ritual para entrar y tardaron años en salir.
 
El sistema penitenciario de cualquier país está pensado para controlar la delincuencia. En los últimos años se añadió el objetivo de reinsertar al preso apelando a su condición intrínseca de ser humano: ha cometido un delito, ha pagado su culpa, puede volver a la sociedad libremente. Y en esa dirección, los carteles de la exposición incluyen el trabajo de los 5.600 funcionarios que han pasado por sus instalaciones: maestros, trabajadores sociales, sicólogos, monitores, sanitarios, juristas…

Sin embargo, la historia convulsa del siglo XX también ha convertido las cárceles en centros arbitrarios de encierro por hurtos menores, causas políticas, tendencias sexuales, o por ser del bando perdedor en la guerra civil. Esa historia sombría figura en los carteles interiores, que no disimulan ni las glorias ni las miserias de La Modelo y del país en el que existió.

Una de las piezas destacadas es una garita octogonal (panóptico) situada de tal forma que permitía una amplísima visión de patios y galerías, un concepto nuevo de prisión donde los internos estaban distribuidos en celdas individuales, instaladas en galerías entre las que habían patios para hacer ejercicio, un concepto mucho más humano que las construcciones anteriores sin espacios comunes.
 
El primer cartel de la exposición ya da los primeros datos de la famosa masificación que tuvo durante sus 113 años de vida: “La capacidad de la prisión era de unos 800 reclusos. En 1939, al acabar la Guerra Civil, la Modelo llegó a tener 12.745 internos”. El promedio era de 14 presos en cada celda, que tenía en su interior literas dobles, un sanitario separado por medio tabique, un pequeño lavabo y unas estanterías de obra para objetos personales.

La visita sigue por una galería donde se han reproducido las celdas de los internos más conocidos, desde Juan José Moreno Cuenca (El Vaquilla), que entró en la cárcel por primera vez a los 13 años y fue protagonista de muchos motines durante los años 70, convulsos tras la muerte de Franco y los cambios del país. Creó la Cooperativa de Presos en Lucha (COPEL), que pedía la amnistía total para los internos, lo que también reivindicaba el sacerdote Lluís Maria Xirinacs, desde su celda y después desde sus huelgas de hambre frente a la prisión.

La vista de la galería y los interiores de celdas (de varios tamaños, todas pequeñas) está acompañado por el sonido ambiente que reproduce la vida cotidiana del centro. Muchas voces, ruidos de puertas, de sillas, de vida, pero a alto volumen, porque el hacinamiento y las duras condiciones de vida tenían el ambiente crispado. El centro tuvo épocas de drogas, de luchas por un cambio en el modelo penitenciario, de motines y grandes altercados violentos.

También tuvo su lugar para la muerte a garrote vil, cuando existía la pena capital en el país. El último ajusticiado en 1974 fue el anarquista Salvador Puig Antich, cuyo gran retrato preside una de las celdas. El sistema de ajusticiamiento era simple: una argolla de hierro situada alrededor del cuello y un torniquete exterior accionado por el verdugo que proyectaba un émbolo que debía romper las vértebras cervicales y provocar la muerte instantánea. Como dependía de la fuerza física del verdugo y de su rapidez, en muchas ocasiones la muerte llegaba tras una larga asfixia.
Ejemplo de Garrote Vil

El sillón del garrote estuvo situado acerca de la entrada para poder sacar el cadáver rápidamente. Desde la abolición de la pena de muerte, el espacio se dedicó a cartería y hoy las baldosas del suelo se han quitado en el lugar donde estuvo anclado y su ausencia está señalizada con un foco de luz.  Entre 1939 y 1955 funcionó 1.618 veces.

El edificio también tiene su insólito espacio de arte restaurado, la Capilla Gitana. Fue obra de un interno, Helios Gómez Rodríguez, a petición del capellán. El oratorio estaba situado en el primer piso, en el corredor de los condenados a muerte. Pintó las paredes al fresco, dedicadas a la Virgen de la Mercé, protectora de presos y cautivos. Fiel a su origen, la pintó morena y con tres niños gitanos, rodeada de presos famélicos y encadenados. La obra fue censurada posteriormente y completamente tapada en 1998.

Las paredes de las celdas sirvieron de lienzo también para los pensamientos y los sueños de muchos internos. Desde los grafiti puramente sentimentales (te quiero Encarnación Gutiérrez Calvo) hasta los de ubicación (Sant Boi, Casablanca) pasando por dibujos, drogas o fútbol. 

Curiosamente, el espacio dedicado a biblioteca es poco más grande que una celda; siendo para ochocientos internos como mínimo, a duras penas tuvo una estantería, una mesa y cuatro sillas. El locutorio, punto donde las gentes de dentro hablaban con las gentes de fuera, aparenta un poco de intimidad en los espacios aislados con cristales donde la rejilla para hablar era la distancia mínima, y la frecuencia, dos visitas semanales de 20 minutos.


Caminando por las galerías, ante la decrepitud del edificio, los dibujos grabados a boli sobre los desconchados, la estrechez de las celdas y la certeza de la libertad impedida, es inevitable imaginar cómo sería el sentir y el día a día de los encarcelados sin delito real, aquellos que simplemente eran republicanos, o gays (una celda dedicada al camarero homosexual A.R. y apodado La Gilda, unas celdas para transexuales separadas de los demás), o políticos caídos en desgracia.


El edificio aguarda nuevo destino. Se barajan distintas posibilidades y el gran solar es un bocado apetecible en un barrio que ha visto dispararse la especulación ante el nuevo espacio disponible.

En los comercios de alrededor se siguen contando las historias de la droga que echaban a la cárcel por encima de las tapias, del mafioso italiano al que mataron de un tiro en la frente desde un balcón cuando asomó por la ventana de siempre, de las conversaciones con el cura Xirinachs que hacía huelga de hambre ante su puerta pidiendo amnistía…

La historia de una ciudad también es la historia de sus zonas oscuras. Y este lugar es un ejemplo de evolución y de superación de sus propias miserias para llegar a la paz con que ahora se despide de su pasado. 

1 comentario:

Mercè N.C. dijo...

Muy bien descrito y documentado...Felicidades!!!