No es una noticia de zona de guerra o
de un país profundamente empobrecido. Ha sucedido en EEUU: un niño de siete
años ha intentado vender su peluche para poder comer. Lo encontró un policía y
el niño, con toda sinceridad, le dijo que tenía hambre desde hacía días, que
necesitaba dinero. Mientras el policía lo llevaba a comer a un restaurante de
comida rápida, sus compañeros fueron a la vivienda, donde encontraron a sus hermanos
en medio de suciedad, abandono y podredumbre.
Es un caso más de hambre y miseria en
el Primer Mundo, en esas sociedades
cuya ideología les impulsa a correr desenfrenadamente hacia adelante, buscando
el más y más cada día, despreciando
al que no puede, no sabe o no tiene esa ideología, que queda varado en la
cuneta como un bulto inservible. Pero es un ser humano. Son millones. Son el Cuarto Mundo.
Según Médicos del Mundo, en Europa
residen 40 millones de ese Cuarto Mundo.
En EEUU, 50 millones. Las recetas para curar
esa situación tienen los más variopintos ingredientes, pero chocan con la raíz:
el Cuarto Mundo existe porque lo
genera el propio sistema. No se trata de cuestiones de beneficencia o de
imponer un modelo que no permita a nadie enriquecerse por encima de la media.
Se trata de conseguir que una sociedad sea social,
es decir, que prime el beneficio humano por encima del económico. Que considere
al ser humano como raíz de la sociedad, no como gasto. Que su salud sea parte
del coste de la sociedad, no un fastidioso dispendio o un negocio para
el que pueda pagarlo. No hay que olvidar que se trata de vidas humanas.
Con el añadido de que una sociedad social, genera menos problemas de salud,
menos problemas de convivencia o de delincuencia, menos problemas de
vandalismo… así que además, es económicamente más inteligente.
Las gentes más desfavorecidas gritan
desde todos los puntos del planeta, montan en pateras, asaltan gobiernos y
exigen derecho a vivir dignamente, porque si seguimos haciendo lo que estamos haciendo,
seguiremos consiguiendo lo que estamos consiguiendo.
Quizás este sistema se esté acercando a
su colapso, y sería más inteligente organizar los nuevos tiempos antes de que
llegue a ser habitual ver niños por las grandes avenidas vendiendo peluches.