lunes, 22 de septiembre de 2008

Cuba y sus cubanadas

Dos ciclones han puesto patas arriba lo poco que había en pie en Cuba. Hay voces que claman para que de una vez también se arrase la penosidad cotidiana y la situación política que existe enquistada desde hace más de medio siglo. Que Cuba necesita grandes cambios lo saben hasta los que lo niegan. Pero ahora no es el momento.

Dos ciclones han arrasado la isla. No se pueden arrasar ahora las instituciones estatales, porque sería destruir el propio país. Son necesarias soluciones inteligentes y prudentes, dos piezas que no suelen prodigarse en los discursos latinos. No se puede rechazar una importante ayuda norteamericana (cinco millones) en nombre de una malentendida dignidad, que suele ser el nombre que le dan a la obcecación inadaptada. No se puede mantener un discurso de paranoia persecutoria. Es un argumento que solamente busca captar la atención y forzar el odio de los isleños en una única dirección externa a la isla, para que no se preocupen de nada más.  


Insuflar odio antinorteamericano en el discurso, mientras se cobra el alquiler de Guantánamo y se practica  béisbol americano. Imitar todo lo yanki, usar barbarismos ingleses y a la vez, reafirmar la condición de latinos. Cubanadas. Adorar a San Fidel es tan patéticamente ingenuo como satanizarlo. Nadie es totalmente bueno ni totalmente malo y todo tiene su momento. La soluciones que quizás fueron válidas en un momento pueden ser gravemente contraproducentes si no se entiende que el tiempo pasa por encima de todos, nos guste o no.

El mundo no empieza ni acaba en EUU. El embargo existe y es una chulería de matón barriobajero. Pero no es tan salvaje como lo fue en sus comienzos. De hecho, para el que puede pagarlo, hay de todo en la isla. Y ni Cuba es lo mejor del mundo, ni los cubanos son supermán en versión antillana, dos concepto que se les insufla en las venas a los isleños después de prohibirles salir de la isla y conectarse a Internet y mantenerlos bajo un sistema de control casa por casa.

El momento actual es muy delicado: empezaban las discretas aperturas, que tuvieron mucha aceptación en un país que todavía funciona con cartillas de racionamiento. Pero no hay que olvidar que no sólo son los hermanos de largo discurso los que ostentan el poder. Hay mucha más gente implicada, tentáculos imbricados en la sociedad civil. Las aperturas han de ser sin prisa y sin pausa para minimizar los daños colaterales.

Cuba necesita dinero, pero ahora no tiene producción, ni industria, ni siquiera fluido eléctrico. No es buen cliente para un crédito, además de que el mercado norteamericano, que sigue siendo su obsesión, ha demostrado que no es financieramente estable. La isla se dedica mayoritariamente al sector servicios y tiene que importar el 80% de los alimentos, a la vez que mantiene el 40% de las tierras de cultivo abandonadas. Y con la que está cayendo, ha subido la gasolina el 100%.

Podría acudir a otros mercados económicos. Desde Europa, que ya tiene mucho invertido (los españoles Meliá son los mejores hoteles de Cuba), hasta China, que está invirtiendo fuera de su país (en Africa) mucho más de lo que parece. India es una potencia consolidada (con sus peculiaridades, pero lo es) y todo el sureste asiático está despegando con fuerza.

Cuba exige que se le atienda sin preguntar. Pero todo el que presta dinero tiene derecho a saber para qué. Europa tiene una larga tradición de dolor y guerras y unas instituciones comunitarias que han costado larguísimas negociaciones. Ahora está en su derecho de no querer financiar a quienes no respetan la voz del disidente o mantienen unas actitudes de enfrentamiento, unos principios que costaron sangre en estas tierras. El Viejo Continente tiene sus contradicciones y no pequeñas, pero estamos hablando de créditos.

La solución, como siempre, está en la comunicación, en el diálogo. Que Cuba se siente y negocie créditos, inversiones, aportaciones. Sin bravuconadas, sin dignidad de opereta, sin oscurantismos, sin cubanadas. Como país es un mercado interesante, porque lo tiene todo por hacer. Con una aceptación previa: Cuba forma parte del mundo, y no puede pretender que sea el mundo el que baile al son de Cuba.

Texto y fotos: Marga Alconchel

martes, 2 de septiembre de 2008

Paises de opereta

América Latina es un continente lleno de colores, de idiomas, de pieles y de costumbres. De riquezas en la tierra y bajo tierra. De aires tórridos y de huracanes. Tan denso y tan desgarrado que no se entiende a sí mismo.

Su tierra sufrió una colonización, como todo el mundo. Tenía pueblos indígenas, culturas, idiomas. Fue expoliado, como todo lo colonizado en el mundo. Y se le impuso una cultura ajena, como a todo el mundo. Consiguió la independencia, como todo el mundo. Y aun no sabe qué hacer con ella.

No quiere sus pueblos nativos que le parecen vergonzantes, como unos parientes lejanos que todo el mundo quiere tener ocultos. No quiere la cultura que le impusieron, lógicamente. Mira a su vecino del Norte con una mezcla de rechazo por su colonización económica y envidia por su aparente vida rica. Lo imita tanto como lo odia. América Latina anda sin identidad propia y dando bandazos.

Sus estructuras estatales son dinamitadas continuamente desde el interior. Las guerrillas que han hecho del secuestro y el narcotráfico su modus vivendi, siguen enarbolando discursos decimonónicos sobre los derechos del pueblo. Las clases pudientes hacen una ostentación hortera de nuevo rico, las clases bajas siempre están con el quejido y la mano tendida. Los políticos emplean expresiones grandilocuentes, parafernalia de opereta destinada a impresionar. Gentes de escaparate que fuera de esa situación no tendrían trabajo ni en el circo. Y mientras, el continente va a la deriva.

Las multinacionales siguen extrayendo beneficio. Los políticos llegan a la palestra sin más cultura política que haber conseguido los votos ilusionados de los más desilusionados. Hacen declaraciones a gritos, invaden instalaciones y aseguran que van a nacionalizar. Después la realidad se impone y tienen que bajar la voz y negociar, porque no hay nadie en el país que sepa gestionar eso si los extranjeros se van.

Las grandes empresas van a donde obtengan más beneficio, sin más consideraciones. E invierten muchos millones en conseguirlo. Y los ciudadanos quieren que la riqueza de su subsuelo se quede en su suelo. Ambas son consideraciones razonables, hay que ponerlas en sintonía. Gritar que ya no es “América Latina” sino “América India” cuando en el continente los indios son parias en riesgo de exterminio es directamente hipócrita. Pretender que en el siglo XXI todo el continente se rija por las costumbres ancestrales de pueblos minoritarios es inviable, politiqueo de predicador barato. Los indígenas y los negros y los mestizos y los blancos, todos son americanos. Y todos son producto de su propia historia, sangrante como la de todo el mundo. No se pueden ignorar unos a otros ni pueden expulsar a los que no les gustan.

El gran trabajo de América Latina es aceptarse. Aceptar su historia sin que en los colegios se enseñe odio al antiguo colonizador ni en las calles se imite al nuevo. Aceptar su colorido social, su riqueza humana y sus grandes posibilidades. Entender que su esencia, su manera de ser propia es indígena y latina y además, americana. Diseñar su cohesión, sus relaciones internas e internacionales. Afrontar el narcotráfico en serio, afrontar la gestión del petróleo en serio. Dejar de considerar a los estafadores como listos que han conseguido burlar a unas instituciones en las que nadie cree ni confía.

Hasta que no se tome en serio a sí misma, hasta que no se mire al espejo con los ojos serenos no tendrá estabilidad interior. Y por tanto, seguirá padeciendo los desgarros que la hacen insostenible y que la tildan de no fiable en los foros internacionales. La gente los quiere, sólo están esperando que ellos se quieran a sí mismos.

Texto y fotos: Marga Alconchel