miércoles, 25 de noviembre de 2009

Y si existiese algún dios?

Un hombre me comentaba entre sollozos que ha muerto su primer nieto a las veinte horas de haber nacido y que él no consigue digerirlo ni entenderlo. Era una enfermedad gravísima y no fue posible salvarlo. Que su hija y su yerno, creyentes, quisieron que fuera bautizado y con eso se confortaron y han decidido que una vez que pase este impacto, van a buscar otro hijo.

El hombre está deshecho. No entiende que un dios pueda consentir que un bebé haya muerto y tanto culpable ande por la calle sin más castigo. Este hecho se le suma a sus propias heridas y se le ha quebrado el eje. Literalmente es un alma en pena que no encuentra ni norte ni sentido a los días. 
Dicen que la vida es eso que va pasando mientras hacemos otros planes. Este hombre ha tenido una vida intensa y complicada, ha viajado, ha leído, ha bebido y ha disfrutado. También se quedó sin padres muy joven, tuvo que hacerse cargo de dos hermanos menores, montó un negocio y un colega de profesión se lo fue torpedeando hasta que tuvo que cerrar. Todo, alegrías y penas, viven en su alma, pero no le caben.

Este hombre, que en su infancia era creyente y después descreído, anda ahora desnortado, hurgando entre libros de new-age, de filosofías de nombres asiáticos y terapias de todas las vertientes. Pero nada le consuela, nada le alivia, nada le quita el plomo que siente en las alas cada vez que tiene la idea de volar y le falla el ánimo.

Y se pregunta si existe algún dios, y qué dios existe, y cómo es capaz de consentir todo lo que está pasando en todo el mundo, y cómo es capaz de no morirse de vergüenza de ver su propia obra, y cómo puede él hablarle directamente para que lo mire a los ojos y le diga porqué murió un bebé que llevaba veinte horas en el mundo.

Y a una pregunta tan simple y tan difícil, sólo se le pueden presentar argumentos cerebrales y espirituales, pero no le sirven al dolor del alma. Y argumenta que se hará una religión a medida con un pedazo de ésta y otro de aquella, porque necesita creer y no encuentra en qué.

Probablemente, si pudiese mirar su propia vida desde la cima de una montaña, si todo lo hecho y lo recibido y todo lo que contiene su memoria se le presentase como piezas de un paisaje, podría hacer una especie de inventario. Y darse cuenta de que nadie es totalmente malo ni totalmente bueno, que muchas cosa suceden por causas que están más allá de nuestro punto de vista, y no me refiero a un dios inasequible. Me refiero a puras cuestiones biológicas, o ecológicas, o planearias. Que los problemas no suelen tener una causa sola, ni las penas una sola raíz. No se trata de conformarse con lo que ha caido en nuestro tejado, sino entender que no estamos al margen de lo que cae en los tejados.

Probablemente, si desde esa cima pudiera ver a los que siente como enemigos irrespirables, notaría que también tienen sus miserias, que más que diabólicos, son patéticos. Ante unas agresiones sin descanso, una persona respondió "Que desgraciado tienes que sentirte para ser tan ruin". Quizás si ese hombre desde esa cima pudiese ver toda su vida, hacer inventario y entender cada una de sus partes, podría firmar las paces con sus propios contenidos.

Todos buscamos ser felices. Pero la felicidad se nos escapa porque la buscamos donde no está. La felicidad nació con nosotros, desde fuera sólo nos llegan satisfacciones. Un bebé es feliz, y sin embargo, no tiene ninguna causa externa para serlo: depende de que le den de comer, de que le abriguen y lo protejan; abandonado no dura ni 24 horas. Pero ríe, porque nació feliz. Luego crece y la vida le va poniendo amarguras como telarañas sobre esa luz interior, hasta que la opacan y ya no la ve y la busca fuera, donde encuentra satisfacción en las amistades o en los logros conseguidos, pero no esa luz que conoce, porque esa está dentro de él, oculta bajo telarañas.

Y ese es el segundo trabajo, una vez que baje de su cima: disfrutar de cada un de las partes que ha conocido, entender lo de mágico y lo de penoso que tiene cada una, y captar la religiosidad de cada instante, sin que haya un dios al que regalarle el mérito. Analizar desde la divinidad que hay en cada uno de nosotros, con nobleza, con justicia y sin revanchismos que nublen la vista. Y lo que sea intolerable, procurar expulsarlo de la propia vida.

Césare Pavese escribió su mejor verso el ultimo día de su vida: "Perdono a todos y a todos pido perdón".

Texto: Marga Alconchel