lunes, 15 de febrero de 2010

67 años y un día

Dicen los políticos en el poder que hay que alargar el trabajo hasta los 67 años porque faltan cotizaciones. Dicen los de la oposición que lo que hay que hacer es implantar el despido libre para que el empresario genere y suprima puestos de trabajo según convenga. Dicen los dos que somos muchos sacando de unas arcas en las que pocos ponen. Y los bancos no quieren dejar dinero y dicen que deberíamos pedir menos y ahorrar más.
Dicen los empresarios que los acribillan a impuestos y a inspecciones, que son los malos de la película y que a fin de cuentas ellos son los que generan trabajo y riqueza en el país. Tienen razón, pero también se callan que tienen la gran bolsa de trabajo negro, la que ni cotiza ni cuenta, pero genera beneficio. Tanto como el 25% de lo que sí se declara. Unos empresarios que tienen al frente a un tal Gerardo, que cerró una empresa de aviación, dejó a los trabajadores sin cobrar, a la gente en los aeropuertos y las arcas vacías, que dijo ante las cámaras que la gente es tonta por comprarle billetes cuando ya estaba todo tan mal, que deben informarse antes de comprar. Que se le han descubierto 30 millones de desfalco. Y que sigue siendo presidente de todos los empresarios. Esos que reivindican dignidad.

Por supuesto, hay legiones de empresarios que trabajan, dan trabajo y sudan para poder cobrar una factura, y que muchas veces han de cerrar o encadenarse a una grúa para llamar la atención. Nadie es totalmente santo ni totalmente malo, pero el ángulo de visión muchas veces corresponde a intereses escandalosamente partidistas. Una persona que empiece su vida laboral a los 25 años, llegará a los 65 después de haber cotizado durante cuarenta años, que es toda una vida. Que pretenda pasar su futuro disfrutando de lo que ha contribuido a crear y dejando su puesto de trabajo para las generaciones siguientes no es un disparate. El problema está en que cuando se diseñó ese sistema la esperanza de vida estaba en poco más de 70 años, y ahora sobrepasamos felizmente los 80.

¿Hemos de morirnos antes? No queremos. Lo que sí hemos de modificar es el sistema por el que nos regimos todos. Fue válido en su momento, pero la Seguridad Social necesita imperiosamente una reforma estructural que la adecúe a la realidad de hoy. Y el sistema financiero, que deja el tesoro del país y todas las economías en manos de unos poquísimos que se ríen de todos, tampoco se ha adecuado a los nuevos tiempos. El resultado es que hemos llegado al siglo XXI metidos en un tren… tirado por bueyes.

Se dice que hacen falta más inmigrantes que coticen. Se dice que no, porque la avalancha que suponen para la cobertura social no compensa. Dicen que el problema es que vivimos demasiado. Que no, que el problema es que cotizamos pocos. Evidentemente, el Todo cruje por todas las costuras.

Y como es más fácil ponerle una cara al problema, se acusa al sueldo de los políticos, o a los controladores aéreos, o a los funcionarios. Aunque haya casos inmorales en todos esos colectivos, la raíz del problema está mucho más allá. Es precisa una renovación severa del sistema con el que funcionamos en este lado del mundo. No de un país, sino de todo un Occidente. La oposición dinamita cualquier cosa que no salga de sus propias filas porque huelen una victoria cercana y van a degüello, olvidando que la porquería que están echando en las Instituciones será la que se encuentren al llegar. Los del gobierno y los de la oposición se entretienen en un rifirrafe que nos tiene aburridos. Todos tienen razón y todos se equivocan.

Todos tienen demasiados intereses comprometidos y demasiados odios enconados como para poder usar los cerebros en encontrar una salida inteligente. Es imprescindible una aportación exterior a la política, a los banqueros, y a la CEOE, un producto de intelectuales, algo que demuestre el intelecto que les da el título. No es que ellos no puedan tener afinidades políticas, es que se supone que su inteligencia sabe sobreponerse a esa querencia en pos de una solución apta para la mayoría y válida a medio plazo. Porque a la velocidad que funciona todo, lo del largo plazo cada vez es más irreal.

Filósofos, científicos, sociólogos, excargos que hayan conocido el poder desde dentro, figuras de gran credibilidad social… todos y todas caben. Una “tormenta de cerebros” que consiga soluciones ágiles, originales y realistas con las que poder caminar en este siglo. Porque hemos entrado, pero no nos movemos. Una salida que probablemente tendrá muchos caminos, políticos, sociales, culturales, estructurales y hasta religiosos. De máximos y de mínimos. Una salida que comprometa e ilusione a la mayoría, porque sin la ilusión, ese motor que no contamina, no vamos a ninguna parte.

Al menos, el parón actual tiene un ángulo positivo: Para dar un gran salto, primero hay que echar un paso atrás.

Estamos a la escucha.

Texto: Marga Alconchel