martes, 31 de enero de 2017

Museo del Perfume

El Paseo de Gracia barcelonés fue definido una vez como “el sueño de un pastelero” en referencia a las fachadas adornadas, que al comentarista le parecieron como enormes pasteles de boda.


En una de esas fachadas de pastel se ubica desde hace 80 años la antigua y soberana Perfumería Regia, uno de los establecimientos con más solera y más especializados en el mundo de los aromas. Y en la parte de atrás de su local se abre la magia de un museo.

El sentido del olfato es uno de los más biológicamente importantes para el desarrollo humano. Los primeros humanos encontraban las presas con las que comer por el olor y aprendieron que su propio olor podía espantarlas y a la vez atraer a quienes los cazarían a ellos. Durante siglos, se estudiaba el olor personal de alguien (feromonas) para conocer su salud y lo que comía. Los olores de algunas plantas servían para ahuyentar pequeños animales o para sanear atmósferas enfermas. Con el tiempo, los humanos creyeron en dioses y les hacían ofrendas de olor en forma de flores o inciensos o esencias concentradas, que acompañaban ritos y ruegos.

El olfato es uno de nuestros sentidos más intensos, y hay suficientes estudios que demuestran que los olores despiertan sensaciones y estímulos, pueden modificar el estado de ánimo, curar y enloquecer. El perfume ha tenido siempre un lugar propio en la sociedad, y por supuesto, se le ha enfrascado adecuadamente.

Con ese bagaje histórico e infinita curiosidad, Ramón Planas fue recopilando envases, objetos y curiosidades alrededor del mundo del perfume, hasta reunir una colección con la que abrir un museo en el Paseo de Gracia, en medio de ese “sueño de un pastelero”.

El Museo del Perfume fue inaugurado en 1961, y tal como reza su propia página, está dividido en dos grandes ámbitos: uno para los envases antiguos de esencias, ungüentos, ofrendas y cuidado personal. Y otro, más cercano en el tiempo y más mundano, para los perfumes comerciales, protagonistas de anuncios y de campañas, resultado ya de procesos industriales.

La información es impoluta, el primer ambiente, el más antiguo, resulta mágico. Frascos mínimos para contener esencias concentradísimas, lágrimas de flores o de resinas… o de venenos, que seguro que también estuvieron en maravillosos envases como esos. 



Soluciones originales para cuestiones cotidianas: a falta de higiene (propia o ajena), pendientes con pequeños receptáculos para difundir perfume alrededor de narices delicadas, o anillos. O dispositivos, como hisopos florales, para esparcir aromas y mezclas que sirvieran también de desinfectante. Las esencias no eran para pobres, y así también hay delicados envases labrados con botellitas de vidrio y el escudo de casas nobiliarias. Y envases de piedras semi-preciosas (opalina, fluorita) con tapones en filigrana de plata. O de oro.

La función de traer buena suerte también se aplicó a los aromas: unos cántires de cristal tallado de las islas Pitiusas, las almorratxes, con varias bocas, servían para esparcir aromas en las bodas para mejorar el olor ambiental y traer la buena suerte. Algunos cántires no tenían pie, no se podían apoyar de ninguna manera, porque su destino, después de regar el ambiente de buen olor y buena suerte, era ser estrellados en tierra para sellar el rito.

Los usos medicinales de esencias también llegaban hasta el final, con bálsamos y ungüentos para enfermedades y para el tratamiento de cadáveres: el museo guarda un ejemplar de la época romana del siglo II. Cada cultura tiene su propia estética, y al lado de los conocidos frascos occidentales se exponen cajitas con agujeros del mundo asiático, decoraciones y colores de Thailandia, China….

La parte del Museo que abarca la perfumería industrial se sumerge en bellísimos frascos, en nombres evocadores, en etiquetas multicolores y en campañas publicitarias que vendían emociones envasadas. Un perfume llamado “Bésame”, escenas de languidez y de hedonismo, perfumes en forma de polvo o de crema. También destacan los envases simpáticos, en forma de teclado de piano, de templete oriental, de torso humano…


Es una visita de las que llenan el ánima de buen humor, de las que bailan con las cuestiones puramente sensoriales, de olores, formas, colores, al lado de emociones más sutiles, de placidez, de leve sensualidad, de aquellas emociones atávicas que albergamos en lo más profundo de nuestro ser humano, porque a fin de cuentas, el olfato es uno de nuestros sentidos básicos, de los que conforman nuestra forma de ser y estar en este planeta.