lunes, 2 de agosto de 2010

El Toro Diferencial

Dicen los taurinos que hay que respetar las tradiciones. Dicen los antitaurinos que el maltrato animal no tiene excusa. Dicen los taurinos que todo es una rabia anti-español. Dicen los antitaurinos que es mucho más sano que eso, que es anti-tortura. Y detrás, medio mundo mirando.

Las tradiciones forman parte de la historia de la Humanidad, y como tales deben ser tenidas en cuenta. Pero igual que ya no se sacrifican niños para propiciar buenas cosechas ni se queman vivas a las mujeres que curan enfermos, tampoco se deben torturar a los animales en nombre de unas tradiciones que tienen más de exhibición de testosterona que de cultura ancestral.

Entran en el mismo apartado las corridas de toros, los toros embolados, las cabras lanzadas desde un campanario, los patos lanzados a la playa, los toros acribillados a cerbatana, etc.etc. Se libra el encierro de los sanfermines, pero no olvidemos que los encierran para torearlos hasta la muerte. El mundo mira este debate con curiosidad, porque es un rito que jamás se consentiría en sus países y consideran un anacronismo curioso que aquí se mantenga y hasta se defienda con tanto ahínco. Los turistas llenan las plazas porque es la única forma de ver en vivo una tortura legal, porque forma parte del “spain is different” y para presumir después en casa de haber hecho algo por lo que allí irían a la cárcel.

La gente de la calle quiere algo con lo que divertirse, y esa chulería machota que exhiben los toreros les impresiona más que la sangre del toro o la crueldad de todo el ceremonial. Y se ponen en lucha contra los que les quieren quitar la fiesta, y como en la guerra todo vale, se gritan consignas de "¡antiespañol!". Una tontería más, porque si en la catalana Barcelona se levantaron en su día La Monumental y Las Arenas es porque tenían público, y si han salido aquí grandes nombres del toreo es porque esta tradición no es española, sino mediterránea. Afortunadamente, los demás países de la cuenca lo tienen bastante superado.

Como en todo, también hay una filosofía vital, un concepto de cómo se vive. Hay una gente que suele tener una vida bastante estable, con pocas sorpresas, con pocos cambios, con pocos visitantes y los amigos de siempre. Gente que disfrutan con las cosas como han sido siempre y cualquier alteración les supone un trauma. Hay otra gente que gusta de los cambios, las novedades, los visitantes, los avances, el movimiento. Y que se sienten vivos en ese trasiego. Cualquier inmovilismo les resulta un lastre asfixiante. De los dos grupos hay en todas las tierras, aunque no en la misma proporción. Y compatibilizar ambas posturas es una tarea de políticos finos, de hombres de estado, de esos que no tenemos.

Pero en esta baraja hay más cartas: Los criadores de toros existen porque hay corridas, y eso es mucho dinero invertido y muchos sueldos. Los ayuntamientos cobran sus impuestos para permitir que se monten las plazas temporales de los festejos, y todos los pueblos se benefician de visitantes que dejan dinero en todas las tiendas. El que lo dijo más claramente fue el presidente de Extremadura, tierra de dehesas: los toros son una fiesta de Interés Económico Vital. Y luego está lo que cobra un torero, su apoderado, el organizador, etc. por una corrida. Y se multiplica cuando es en una plaza de ciudad grande.

Detrás también hay, por supuesto, el punto geográfico en el que se ha instalado la confrontación. Canarias los prohibió hace veinte años y nadie se inmutó. A Catalunya la han tildado incluso de “liberticida” porque su Parlamento ha promulgado una ley debatida desde hace meses (mucho antes de la sentencia del Constitucional) con testimonios de todos los ángulos y apoyada por la mayoría. Naturalmente semejante adjetivo salió del partido político que promulgó el boicot al cava catalán, a los productos catalanes, al idioma catalán, al Estatut Catalán y ahora a la ley anti-tortura catalana.

Y porqué tanto rencor sobre el mismo rincón de la península? Pues por lo mismo: dinero. Catalunya es contribuyente neto a las arcas estatales, desde las que se redistribuye incesantemente hacia las tierras que más la insultan, tal como quedó demostrado en las Balanzas Fiscales que tanto costó que se publicaran y que tan interesadamente se han arrinconado.

Catalunya es una zona económicamente activa, donde el tejido empresarial es dinámico y razonablemente emprendedor, tierra a donde han llegado millones de personas saliendo de sus miserias y donde han conseguido trabajando una vida más que digna. Y Catalunya se siente catalana. Pero la parte rígida de la península (curiosamente, de donde han venido tantos que están aquí) ve un riesgo en cada movimiento, una posibilidad de ruptura, o lo que es lo mismo, de penuria económica. Por eso cualquier gesto en esta tierra es cercenado inmediatamente.

El toro en Catalunya es un bovino como en cualquier otro sitio. Pero la forma de afrontar las corridas es otra: es una forma de querer esta tierra saneada, sin torturas en nombre de tradiciones trasnochadas. Es un toro diferencial: prefiere su calendario sin sangre, aunque le cueste dinero.

Texto: Marga Alconchel

lunes, 3 de mayo de 2010

Comunidad Autónoma de Cuba

Corre por ahí un video (http://www.youtube.com/watch?v=aVktt1mzgy4), firmado por CubEspCCAA, muy bien montado y con una banda sonora muy pegadiza, que desplega una propuesta curiosa: la Reincorporación de Cuba en España como Comunidad Autónoma. La idea, que ya tiene seguidores, merece algunos comentarios:

*Cuba es un país independiente. No es una provincia, no es un lugar tutelado, no es una colonia. Tiene un pasado muy vinculado a España como lo tiene toda Iberoamérica y parte del Pacífico. Su historia, como la de todos los países del mundo, tiene sangre, invasiones, riquezas, expolios y matanzas de todos contra todos. Al día de hoy, pretender que sea una autonomía de España sería como volver a ponerla bajo la tutela del Estado español, aunque fuera de una manera más elegante. Porque no hay que olvidar que España tiene 17 autonomías que no son independientes. No es un estado federal, es un estado que permite un vuelo de corta autonomía a algunas naciones que antes fueron águilas de grandes vuelos independientes. Un estado que aprovecha lo que producen unos para mantener a los que bien poco producen. 

*El video recuerda que Cuba fue la primera autonomía de España cuando España no tenía ninguna. Pero en aquel momento la isla no era un país, sino una colonia. Fue una forma de gestionar las cuestiones de un territorio que estaba a 13.000 kilómetros, que no son pocos, y fue una concesión por el malestar de los terratenientes locales que tenían que pedir autorización a Madrid para todo lo que quisieran hacer, además de pagar impuestos de los que se beneficiaba la metrópoli. Mantener vínculos tan estrechos como los de una autonomía con un océano en medio es, además de prácticamente inviable, absolutamente ruinoso.

*Cuba es un país caribeño, de clima tropical, con una cultura propia resultado de una mezcla entre lo que llevaron los europeos (no sólo españoles) y lo profundamente africano que llevaron los millones de negros desembarcados durante décadas. Eso le da una idiosincrasia muy peculiar, que poco tiene que ver (al margen del idioma) ni con España ni con Europa, y vincularla a este continente provocaría más choques que otra cosa.

*En el video se leen mensajes de algunos nostálgicos que echan de menos cuando Cuba era parte de España. No nos olvidemos que era una colonia, los que la echan de menos recuerdan el imperio, y suelen decir aquello de “una, grande y libre”. También se ven imágenes de gente manifestándose en Madrid para pedir la libertad en Cuba, y los guionistas lo achacan a un sentimiento hispano-cubano. Simplemente demuestran un sentimiento de solidaridad con todo pueblo asfixiado, como lo han hecho también con el Tíbet.

*La propuesta de la autonomía hace hincapié en que tendrían pasaporte comunitario y pasarían a moverse libremente por este continente. Para establecer una relación entre dos países independientes, cada uno ha de aportar algo. En la propuesta de la autonomía, Cuba únicamente recibe, no aporta nada más que colorido. Por tanto, es un escapismo disfrazado de propuesta seria: lo que hay detrás es un deseo febril de huir de su situación vital y hasta de su situación planetaria, intentando acercarse a un continente con el que sólo tiene en común un capítulo de su historia, y del que le separa, como pronto, un océano entero.

*Cuba no debe perder jamás su independencia, aunque le esperen tiempos muy revueltos cuando los dos ancianitos dejen el poder. Debe tener relaciones fluidas y normales con todos los países del mundo, incluido aquel que usa de excusa para asfixiar a su propia gente. Recordemos que UN país bloqueó el comercio contra Cuba, pero la isla siempre ha podido hacer comercio con los 300 países restantes del mundo, así que lo del bloqueo queda relativo.

*Si tuviese que vincularse a otro país, sería más lógico que fuera EEUU, donde hay una numerosa colonia estable y floreciente de cubanos. Naturalmente no se dará ese vínculo como no debe darse ningún otro, porque entre países independientes caben los pactos y las negociaciones, no las adhesiones.

*En resumidas cuentas, Cuba no es ni debe ser una autonomía española. Cuba es un país independiente y llegará un día en que será además, un país con once millones de votantes que puedan elegir su destino y sus representantes. Un país que cuenta y contará con un trato privilegiado en España, que cuenta y contará con la simpatía de los españoles y con todas las relaciones bilaterales que se establezcan de mutuo acuerdo. Un país que se desarrolle y se enriquezca en el marco de un mercado plurinacional.

Nada más. Y nada menos.

Texto: Marga Alconchel.

miércoles, 7 de abril de 2010

En el reino de los Castro

Había una vez una isla en la que reinaban dos hermanos ancianitos. Ellos tenían el corazón en la sierra, con las batallitas que ganaron medio siglo atrás, y seguían diciéndole a todo el mundo que preferían la muerte antes que nada. Llegaron a tener diez millones de súbditos, de los que la mitad había nacido después de las batallitas. Estos jóvenes no querían viejas ni nuevas guerras y tenían hambre de mundo. Pero los ancianitos estaban convencidos de que muchas naciones del mundo se habían confabulado contra ellos y prohibieron a la gente salir de la isla, no vaya a ser que no volvieran. 

Los ancianitos, sin corazón porque estaba en la sierra, no querían oír nada que hubiera sucedido en el mundo después de sus batallitas. Quizás fueron buenos en la guerra, pero eran pésimos en la paz. Algunos habitantes habían conseguido salir del reino jugándose la vida y con mil estratagemas. Mantenían cariño por los que se habían quedado y les enviaban divisas desde fuera, porque el mundo seguía evolucionando, hecho que no llegaba a la isla de los Castro. Y los hermanos aceptaban las divisas quedándose un 20% y maldecían las manos que les daban de comer a su gente.

Naturalmente los ancianitos tenían una corte, que con los años llegó a tener un millón de sirvientes, a los que llamaban “miembros del partido”. Los nueve millones de isleños restantes decían que estaban encantados, porque el que no lo dijese se jugaba veinte años de presidio por contestón.

Como todo reino, también tenía sus quejicas. Eran personas desagradecidas, que pretendían que la isla se incorporara al rodar del mundo, que dejara de ser una jaula para los de dentro y un paraíso sexual para los de fuera. Pretendían que los ancianitos vivieran una jubilación en condiciones y los demás pudieran hacer algo. Y como los cortesanos se les echaban encima a la que abrían la boca, se les ocurrió no comer. Era una de las escasísimas libertades que no les habían prohibido. No podían pensar, no podían hablar ni escribir, pero al menos sí podían dejar de comer.

Un tal Orlando murió después de 85 días. Los ancianitos, que llevaban cincuenta años promocionando que la muerte era preferible a cualquier cosa, despreciaron la de ese hombre ofendiéndolo frívolamente al tildarlo de delincuente. Otro, un tal Fariñas, creyó que ya era hora de seguir el ejemplo de la dignidad del fallecido y también se puso en huelga, destapando que había 26 prisioneros más en la misma situación. “Opinión Propia” es un delito nefando en la isla del azúcar y el tabaco.

Unos doscientos países y unos 500 millones de personas clamaron por la vida de estas personas, clamaron por cambios en la isla inmóvil, hasta su cantante-emblema llamado Silvio clamó por una evolución. Naturalmente, los ancianitos ni contestaron ni preguntaron a sus súbditos, porque todo el mundo sabe que los reyes a la antigua no preguntan, que para eso llevan corona. Algunos quejicas empezaron a escribir en Internet, invento diabólico que los miembros rápidamente fiscalizaron. Otros se atrevieron a hacer preguntas delicadas en público, pero los cortesanos contestaron con una retahíla de batallitas mohosas que duró varias horas de monólogo.

La grabación en vídeo de esas preguntas cruzó las fronteras. A los ancianitos ya se les acababa la paciencia y gritaron por enésima vez que había una confabulación de naciones contra su isla, y repitieron que preferían el exterminio antes que el cambio. Que se mueran 10 millones de isleños antes que cambiar nada. ¡Qué obsesión por la muerte!

Los prisioneros culpables de Opinión Propia tenían en las calles la presencia luminosa de Las Damas de Blanco, esposas y madres que pedían su liberación. Fueron insultadas y metidas a la fuerza en un autobús “por su seguridad”. La Vida se empeña en no querer desaparecer y apareció otro grupo en otro país también de damas y también blancas, también pidiendo libertad.

Los ancianitos estaban enfadadísimos. Se encerraron en su búnker y llamaron a sus aliados. Y como cualquier enemigo de mis enemigos es amigo mío, aparecieron por ahí bufones de otros reinos también enfadados con el mundo y entre todos quisieron montar una confabulación contra la otra confabulación…

Los súbditos miraban estos movimientos instalados en una vida precaria, faltos de todo, humillados y negados como inteligentes por aquellos ancianitos que dejaron su corazón en la sierra hace medio siglo. Y en el pecho de todos los súbditos empezó a latir un nuevo pensamiento: esto no puede seguir así.

Y todos estamos observando qué van a hacer.

Texto: Marga Alconchel

miércoles, 17 de marzo de 2010

Mal rollo

Érase una vez un empresario llamado Gerardo que tenía una línea aérea y dejó a tres mil viajeros tirados en distintos aeropuertos. Había dejado de pagar a sus empleados, debía un crédito millonario a una caja de ahorros y le quebró una compañía de seguros. Era el jefe de todos los empresarios del país, y éstos lo mantuvieron en el sillón porque sacarlo daría mal rollo. Lo que espanta es que no es un cuento. 

Somos millones los que no tenemos empresas ni trabajadores ni compañías de seguros, pero tenemos un trabajo al que acudimos cada día y debemos miles de euros en hipotecas que pagamos religiosamente. Y si hubiera un representante colectivo que hubiera estafado y robado, ninguno de nosotros querría que le representase ni un día más, y saldrían declaraciones públicas deponiéndolo inmediatamente porque nos ensuciaría a todos. Pero Gerardo no sólo estafó, sino que dijo que los que le compraban billetes eran tontos por no darse cuenta de lo que iba a pasar.

Ya estamos curtidos de empresarios impresentables, de gentuza que roba a las instituciones durante décadas (Palau de la Música), de compraventa de trajes políticos (Gürtel) y de toda clase de escoria pública de todos los colores. Pero no habíamos visto tan a la descarada la indecencia de unos empresarios que se rasgan las vestiduras asegurando que son los que crean país y con la misma jeta mantienen como representante a un estafador, nefasto directivo de empresas y burlón de la fe de sus propios clientes. ¿Qué poder tiene sobre ellos para que sea tan inamovible? ¿Qué conoce, qué oculta para que les resulte tan inatacable?

Dicen los empresarios ceoés que ahora sería mal momento para sacarlo, que parecería una claudicación, que es que como jefazo de ellos no lo ha hecho mal. La catadura moral de esos comentarios excede la capacidad de lógica. Si ahora no es el momento, ¿a qué momento esperan? Algunos empresarios se sienten muy incómodos con esta situación, pero los otros les recuerdan que los “creadores de país” son ellos, no la opinión pública, no las fuerzas políticas, ni siquiera los 46 millones de clientes de esta península. Habrá que recordarles que este personaje ha llegado a donde ha llegado porque también es parte de su obra.

El sistema económico de esta parte del mundo ha demostrado estar podrido en sus entrañas, y de ahí la crisis que pagamos entre todos, aunque no todos al mismo precio. Todas las voces intelectuales insisten en que es necesario un cambio profundo, una reestructura severa y que nos hemos de poner todos. Los sindicatos aceptan que su forma de entender el mundo laboral a veces es del siglo XIX y hay que revisarlo. Los políticos aceptan que también existen otros interlocutores válidos, no sólo los diputados. Todos ya empiezan a asumir depuraciones, cambios y consecuentemente, alguna pérdida. Todos hablan de corrupción como una enfermedad que ataca a algunas personas independientemente del color que exhiban y que han de ser apartadas inmediatamente para que no causen más daño. Todos menos los empresarios.

Los empresarios, los que piden despido libre para tener las mínimas pérdidas en caso de problema. Los que hablan de su papel social, pero no lo recuerdan al dejar a un trabajador en la calle sin más. Los que se quejan de todos los impuestos del mundo, pero los torean tanto como pueden y se aprovechan de los beneficios de esos impuestos tanto como pueden mientras que sus empleados, atados a una nómina, no tienen escapatoria. Los que se quejan de costes laborales insostenibles, pero ofrecen contratos de jornada completa por 900 euros mensuales.

No se trata de satanizar alegremente a los empresarios; muchos de ellos, muchísimos, luchan con bancos y mercados y costes financieros y con algún trabajador que debería estar en una jaula. Muchos, muchísimos, son personas dignas que generan riqueza, que forman el tejido que sostiene un país, que ejercen una labor social y que dan un medio de vida a otras personas que no han tenido su suerte o sus capacidades.

Precisamente esos, los dignos, no deberían consentir que los otros, esos que no tienen nombre, les representen, ofendan su trabajo y mantengan en primera fila al más estafador de todos. Porque no se lo merecen, porque ha ensuciado profundamente toda su credibilidad, y porque cuando se empeñan tanto en mantenerlo, hacen pensar que lo usan para tapar mayores gravedades. Y ahí llega el escalofrío.

Es necesario hacer limpieza en la propia casa para pedir limpieza a los demás, es necesario reconocer fallos para poder corregirlos. Y si Gerardo está ahí porque tapa basuras mayores, quizás sea el momento de hacer una desinfección profunda para encarar honorablemente los nuevos tiempos.

A fin de cuentas, desde hace miles de años todos sabemos que la mujer del César no sólo ha de serlo, sino parecerlo.

Texto: Marga Alconchel

lunes, 15 de febrero de 2010

67 años y un día

Dicen los políticos en el poder que hay que alargar el trabajo hasta los 67 años porque faltan cotizaciones. Dicen los de la oposición que lo que hay que hacer es implantar el despido libre para que el empresario genere y suprima puestos de trabajo según convenga. Dicen los dos que somos muchos sacando de unas arcas en las que pocos ponen. Y los bancos no quieren dejar dinero y dicen que deberíamos pedir menos y ahorrar más.
Dicen los empresarios que los acribillan a impuestos y a inspecciones, que son los malos de la película y que a fin de cuentas ellos son los que generan trabajo y riqueza en el país. Tienen razón, pero también se callan que tienen la gran bolsa de trabajo negro, la que ni cotiza ni cuenta, pero genera beneficio. Tanto como el 25% de lo que sí se declara. Unos empresarios que tienen al frente a un tal Gerardo, que cerró una empresa de aviación, dejó a los trabajadores sin cobrar, a la gente en los aeropuertos y las arcas vacías, que dijo ante las cámaras que la gente es tonta por comprarle billetes cuando ya estaba todo tan mal, que deben informarse antes de comprar. Que se le han descubierto 30 millones de desfalco. Y que sigue siendo presidente de todos los empresarios. Esos que reivindican dignidad.

Por supuesto, hay legiones de empresarios que trabajan, dan trabajo y sudan para poder cobrar una factura, y que muchas veces han de cerrar o encadenarse a una grúa para llamar la atención. Nadie es totalmente santo ni totalmente malo, pero el ángulo de visión muchas veces corresponde a intereses escandalosamente partidistas. Una persona que empiece su vida laboral a los 25 años, llegará a los 65 después de haber cotizado durante cuarenta años, que es toda una vida. Que pretenda pasar su futuro disfrutando de lo que ha contribuido a crear y dejando su puesto de trabajo para las generaciones siguientes no es un disparate. El problema está en que cuando se diseñó ese sistema la esperanza de vida estaba en poco más de 70 años, y ahora sobrepasamos felizmente los 80.

¿Hemos de morirnos antes? No queremos. Lo que sí hemos de modificar es el sistema por el que nos regimos todos. Fue válido en su momento, pero la Seguridad Social necesita imperiosamente una reforma estructural que la adecúe a la realidad de hoy. Y el sistema financiero, que deja el tesoro del país y todas las economías en manos de unos poquísimos que se ríen de todos, tampoco se ha adecuado a los nuevos tiempos. El resultado es que hemos llegado al siglo XXI metidos en un tren… tirado por bueyes.

Se dice que hacen falta más inmigrantes que coticen. Se dice que no, porque la avalancha que suponen para la cobertura social no compensa. Dicen que el problema es que vivimos demasiado. Que no, que el problema es que cotizamos pocos. Evidentemente, el Todo cruje por todas las costuras.

Y como es más fácil ponerle una cara al problema, se acusa al sueldo de los políticos, o a los controladores aéreos, o a los funcionarios. Aunque haya casos inmorales en todos esos colectivos, la raíz del problema está mucho más allá. Es precisa una renovación severa del sistema con el que funcionamos en este lado del mundo. No de un país, sino de todo un Occidente. La oposición dinamita cualquier cosa que no salga de sus propias filas porque huelen una victoria cercana y van a degüello, olvidando que la porquería que están echando en las Instituciones será la que se encuentren al llegar. Los del gobierno y los de la oposición se entretienen en un rifirrafe que nos tiene aburridos. Todos tienen razón y todos se equivocan.

Todos tienen demasiados intereses comprometidos y demasiados odios enconados como para poder usar los cerebros en encontrar una salida inteligente. Es imprescindible una aportación exterior a la política, a los banqueros, y a la CEOE, un producto de intelectuales, algo que demuestre el intelecto que les da el título. No es que ellos no puedan tener afinidades políticas, es que se supone que su inteligencia sabe sobreponerse a esa querencia en pos de una solución apta para la mayoría y válida a medio plazo. Porque a la velocidad que funciona todo, lo del largo plazo cada vez es más irreal.

Filósofos, científicos, sociólogos, excargos que hayan conocido el poder desde dentro, figuras de gran credibilidad social… todos y todas caben. Una “tormenta de cerebros” que consiga soluciones ágiles, originales y realistas con las que poder caminar en este siglo. Porque hemos entrado, pero no nos movemos. Una salida que probablemente tendrá muchos caminos, políticos, sociales, culturales, estructurales y hasta religiosos. De máximos y de mínimos. Una salida que comprometa e ilusione a la mayoría, porque sin la ilusión, ese motor que no contamina, no vamos a ninguna parte.

Al menos, el parón actual tiene un ángulo positivo: Para dar un gran salto, primero hay que echar un paso atrás.

Estamos a la escucha.

Texto: Marga Alconchel

miércoles, 20 de enero de 2010

Se busca director/a para Haití

Un terremoto se ha llevado un poco de tierra, muchas casas y todo el presente de un país entero. Un país que a duras penas había salido de las dictaduras de los Duvalier, que a duras penas tenía algo bueno de la democracia y seguía teniendo lo peor de las condiciones humanas.

Desgarro internacional, voces de apoyo, toneladas de ayuda que llegan de todos los rincones. Los cooperantes en catástrofes humanitarias tienen que batallar con voluntarios que tienen eso, voluntad y poco más. Gente en las calles pidiendo ayuda y con la paciencia infinita que tienen los que no tienen nada más.

El presidente del país estuvo invisible durante los primeros días. No estaba herido, sólo estaba desbordado. Y no tuvo lo que debería tener como presidente: el gesto, la palabra, la presencia entre su pueblo que sufre. La voz que los calme y la guía para canalizar la ayuda, porque se supone que es el que mejor conoce su país. Pero sólo se le vio cuando llegaron Hilary Clinton y después Teresa de la Vega, porque los importantes han de ser recibidos por los importantes. Y mientras, todo el mundo sabe que Haití era un país sin gobierno efectivo y ahora sin techos.

Hasta la paciencia se acaba cuando pasados varios días el hambre crece, la ayuda sigue almacenada y nadie la distribuye porque falta esto o aquello. Y alguien asalta, y aparece el pillaje y hay que poner orden y al final los soldados toman las calles y todo el mundo hace la misma pregunta “¿Aquí quién manda?”

Todos los cuellos se giran hacia la ONU por su imagen neutral y de árbitro. Pero tampoco da la talla. En una situación de catástrofe, aunque hagan falta más recursos continuamente, tiene que haber un timón muy firme, una cabeza de organice y dirija lo que va llegando, que sepa dónde está lo más grave. Una voz que tenga credibilidad ante los demás, un órgano bajo cuya dirección se pongan todos nada más llegar, para que les indique dónde y cómo canalizar la ayuda. Y eso no se ha visto. Tampoco se vio en el tsunami indonésico, ni en el Katrina que se paseó por el país más rico del mundo.

Parece que hay escoceduras de poder incluso cuando se trata de gente que se muere. Nadie se coordina porque todos quieren ser dueños de su propia ayuda y de su propia voluntad y de los destinos de aquellos a los que están salvando la vida. Todos creen que saben más que los demás. “¡Falta coordinación!” es el grito de todos, pero una vez dicho, nadie se pone a coordinarse con los demás. Y ese es caldo perfecto para una apropiación del país.

Quizás sea demasiado cómodo hacer todas estas reflexiones desde un rincón europeo. Pero los toros se ven en toda su proporción desde la barrera. Desde la arena están demasiado cerca. Así que desde esta comodidad preguntamos: ¿Miles de ONG y una ONU y no han sido capaces nunca de establecer un organigrama que esté bien engrasado para intervenir rápidamente en las situaciones de catástrofe, con el compromiso de todas las organizaciones de ayuda de someterse a su dirección? No estoy hablando de un grupito de políticos llenos de buenas intenciones, estoy hablando de médicos, bomberos o militares entrenados en situaciones de emergencia severa. Y hasta de ingenieros y arquitectos que calibren el estado de las ruinas. O especialistas multidisciplinares. Pero el fantasma del “¡A mí no me das órdenes!” campea alegremente. Los soldados americanos se están adueñando de la situación. Exactamente: ni coordinan ni organizan más que lo suyo. Que no es poco, pero no es lo que tiene que ser.

Mientras, a nosotros se nos pide 1 euro para Haití. Una aportación que se canaliza a través de los bancos que crearon nuestra crisis y nos cobran intereses. Y que cobran la deuda externa del país más pobre del Caribe y le cobran intereses. Unas instituciones que siempre sacan rédito, porque se saben imprescindibles. No estoy tontamente en contra de la banca. Pero la inmoralidad vergonzosa que ha demostrado en las peores situaciones la convierte en “non grata”. Con unos beneficios declarados de miles de millones, no se les ha oído ni un suspiro de apoyo. Eso sí, el cobro legal e inmoral de comisiones por las trasferencias de ayuda a Haití lo escudan con un “es un problema informático, no se puede arreglar.” Y si te empeñas en que te lo devuelvan, te enredan en mil trámites burocráticos que cansan al más valiente.

Al parecer, las ONG’s, la ONU y la banca no recuerdan que es más fácil conservar la dignidad que recuperarla.

Texto: Marga Alconchel.