viernes, 19 de agosto de 2016

Tiene 7 años y vende su peluche para poder comer: la miseria del Cuarto Mundo

No es una noticia de zona de guerra o de un país profundamente empobrecido. Ha sucedido en EEUU: un niño de siete años ha intentado vender su peluche para poder comer. Lo encontró un policía y el niño, con toda sinceridad, le dijo que tenía hambre desde hacía días, que necesitaba dinero. Mientras el policía lo llevaba a comer a un restaurante de comida rápida, sus compañeros fueron a la vivienda, donde encontraron a sus hermanos en medio de suciedad, abandono y podredumbre.

Es un caso más de hambre y miseria en el Primer Mundo, en esas sociedades cuya ideología les impulsa a correr desenfrenadamente hacia adelante, buscando el más y más cada día, despreciando al que no puede, no sabe o no tiene esa ideología, que queda varado en la cuneta como un bulto inservible. Pero es un ser humano. Son millones. Son el Cuarto Mundo.

El termino Cuarto Mundo fue acuñado por el sacerdote Joseph Wresinski en los años 70 para referirse a las personas en situación muy precaria que viven en los grandes países desarrollados. Simplificando, el Primer Mundo eran los países industrializados de ideología capitalista, el Segundo Mundo fueron los países de la órbita comunista, y el Tercer Mundo los que no llegaban al desarrollo de los dos anteriores.

Según Médicos del Mundo, en Europa residen 40 millones de ese Cuarto Mundo. En EEUU, 50 millones. Las recetas para curar esa situación tienen los más variopintos ingredientes, pero chocan con la raíz: el Cuarto Mundo existe porque lo genera el propio sistema. No se trata de cuestiones de beneficencia o de imponer un modelo que no permita a nadie enriquecerse por encima de la media. Se trata de conseguir que una sociedad sea social, es decir, que prime el beneficio humano por encima del económico. Que considere al ser humano como raíz de la sociedad, no como gasto. Que su salud sea parte del coste de la sociedad, no un fastidioso dispendio o un negocio para el que pueda pagarlo. No hay que olvidar que se trata de vidas humanas.

Con el añadido de que una sociedad social, genera menos problemas de salud, menos problemas de convivencia o de delincuencia, menos problemas de vandalismo… así que además, es económicamente más inteligente.

Las gentes más desfavorecidas gritan desde todos los puntos del planeta, montan en pateras, asaltan gobiernos y exigen derecho a vivir dignamente, porque si seguimos haciendo lo que estamos haciendo, seguiremos consiguiendo lo que estamos consiguiendo.


Quizás este sistema se esté acercando a su colapso, y sería más inteligente organizar los nuevos tiempos antes de que llegue a ser habitual ver niños por las grandes avenidas vendiendo peluches. 

domingo, 14 de agosto de 2016

De hierro y de fuego

Hay algo profundo, instintivo, en el afán de domar el hierro y el fuego. En poder someter a un elemento con el otro, y a los dos, moldearlos según una idea propia. Construir con ellos algo duradero que resulte útil o simplemente hermoso, que es otra forma de utilidad. Tan importante es ese afán de dominio del fuego, que los romanos le asignaron todo un dios eterno (Vulcano) y aseguraron que de él son todos los volcanes de la tierra y toda la lava ardiente de las profundidades.

El hierro es uno de los  materiales más abundantes de la corteza de la tierra. Él es la causa del campo magnético planetario, y es tan útil como para definir toda una etapa del desarrollo humano, la  Edad de Hierro.

Tan duro como para necesitar 1.500ºC para fundirse. Tan dúctil como para adoptar prácticamente todas las formas. Tan versátil como para ser imán y acero. Tan compatible como para alearse con otros metales. Tan necesario como para estar en las estructuras de los miles de edificios que han cambiado el perfil de las ciudades, tan polifacético como para estar en los clips de la oficina y en los tenedores de la cocina.

Hay algo hipnótico en el trabajo de la forja, en la imagen de las piezas al rojo vivo, domeñadas y convertidas en obras de arte. Hay una enorme fuerza contenida en esos objetos de hierro que ya ha vuelto a ser negro, pero con otra forma de ser. El hombre convirtió este dominio en herramientas y armas. 

El conocimiento se convirtió en oficio y el oficio se vistió de arte. Todos los pobladores que han tenido vetas de hierro en su tierra han tenido forja, y los forjadores han sido uno de los oficios más importantes de los pueblos.

Forjadores tenían los romanos, y su trabajo se recrea cada año en la Magna Celebratio, ese fin de semana en que toda Badalona, la vieja Baetulo, se llena de tenderetes donde todos los maestros exponen lo que fue su oficio. Y donde los forjadores ponen su horno y su saber propio al alcance de la gente.

El Modernismo supo transformar ese hierro en hadas, ondas, flores y dragones. Quedaron diseminadas  ventanas, vallas y puertas ante las que brota el impulso de tocar como la necesidad de conocer las entrañas de la tierra dominada.

Los Martí, una de las familias tradicionales de forja en Catalunya, celebraron recientemente su centenario con una exposición en el Real Círculo Artístico de Barcelona. Su historia se remonta al siglo XVII. Dedicados a la crianza del vino, se acercaron al hierro para construir por sí mismos los modestos aros que necesitaban los toneles de vino. De ahí pasaron a los útiles de trabajo, a los pequeños adornos, a las grandes obras y al trabajo por encargo, porque llevan tres generaciones conviviendo con forjas y fuegos.

Hoy el hierro ha dejado paso a nuevas formas en nuevos materiales, ha quedado reducido y ha dejado su faceta laboral por otra decorativa, pero no por falta de interés del público, sino porque el trabajo y la disciplina que implica dominar el fuego y el hierro impone una servidumbre que no está adecuadamente compensada.


Un oficio y un saber con idioma propio: yunque, martinete, fuelle, acero, soldadura, templado, pavonado, palabras que suenan como conjuros necesarios para sobrevivir al trato con el hierro y el fuego.




viernes, 12 de agosto de 2016

Las tumbas de los terroristas

Los casos de terrorismo suicida producen el gran rechazo social en las sociedades donde suceden. Y una vez pasado el primer impacto y las brutales consecuencias, se vuelve poco a poco a gestionar el día a día. Y surge el primer tema delicado: qué se hace con el cadáver del terrorista. Quién se hace cargo de los restos del que mató a tantos inocentes.

El pasado mes de julio, Jacques Hamel, un sacerdote octogenario, fue degollado en Saint Etienne du Rouvray en plena misa por dos asaltantes yihadistas. Fueron abatidos. Y la comunidad islámica del pequeño pueblo se negó a enterrar a uno de los asesinos, vecino de ellos, “para no ensuciar el islam con esa persona”. Un musulmán de la comunidad comentaba que es normal que se tome esa decisión después del inmenso daño que causó el terrorista. Luego el imán matizó: Es un deber respecto a las familias, que no tienen nada que ver, pero actuará un religioso exterior. 
El tema no es trivial. No solamente es el rechazo de la comunidad islámica y el alto riesgo de profanación. Es que los terroristas suelen hacer alarde de haber rechazado el país en el que nacieron y viven (muchos son de segunda generación) y sólo reconocer el Daesh, con lo que enterrarlos en ese suelo se vuelve doblemente problemático.

Cada país tiene sus propias normas. Gran Bretaña y Francia consideran un derecho que cada persona sea enterrada en el lugar donde residía. Gran Bretaña dice que son sus hijos y se han radicalizado en su suelo, son su responsabilidad. El padre de un terrorista pidió enterrar a su hijo a las afueras del Leeds, discretamente, sin lápida. Tiempo después la añadió y la tumba fue profanada. 
En Francia, la familia de un terrorista, de origen argelino, quiso expatriar el cadáver. Argelia se negó con el argumento de que el terrorista nació y creció en Francia. El alcalde de la población donde vivían tampoco lo quería. Al final actuó Sarkozy: “Era francés. Será enterrado aquí”.

Los sepelios se realizan casi en clandestinidad: de noche, sin testigo, con el cementerio cerrado, sin lápida ni identificación. Ni siquiera los sepultureros saben dónde están.

En EEUU no se lo plantean como derecho; consideran que es un acto de guerra y no facilitan nada al enemigo. Los cuerpos de los 19 terroristas del 11S fueron escrupulosamente apartados de sus víctimas y yacen en la morgue. Nadie los ha reclamado. El cuerpo de Bin Laden fue lanzado al mar para que no estuviera en tierra firme, no tuviera sepultura, para que quedara claro que ha sido borrado.

Los cadáveres de los asesinos que atacaron en Madrid, de distintas nacionalidades, oficialmente fueron expatriados a sus países de origen. Pero éstos oficialmente niegan haberlos recibido.
Al margen de las peculiaridades culturales y legislativas de cada país, hay un trasfondo mucho más complejo. Hay familias que no tienen culpa alguna y quieren un sepelio que les ayude a poner un poco de orden en su propio dolor. Hay comunidades que necesitan pasar página de una manera ordenada para poder reconstruir la convivencia y analizar sosegadamente cómo pudo pasar, cómo evitarlo.

Cómo evitar que la tumba se convierta en santuario o que se profane, cómo conceder ritual religioso a quien no ha respetado ni su propia religión, cómo dejar en la tierra de acogida los restos del que la ha llenado de muerte. El presidente del Observatorio contra la Islamofobia en Francia, Abdallah Zekri, declaró tras los atentados de Charlie Hebdo: “No se les puede tirar a la basura”.

Qué es ser europeo?

El Palau Robert (Barcelona) abre la puerta a una reflexión intermitente en la vieja Europa: ¿Qué es ser europeo? ¿Qué lo define? El lugar de nacimiento, los padres, el sentimiento de pertenencia, la concesión de asilo? Bajo el nombre L’home Europeu y hasta el próximo 4 de septiembre se da rienda a distintas voces que comentan su propia vida.

La exposición se abre con una reflexión extraída de la obra de Jorge Semprún del mismo título. Y recuerda que hay en el suelo europeo jóvenes y muy jóvenes marcados por conflictos bélicos presentes, al lado de padres y abuelos que vivieron los suyos. Y en medio, las generaciones nacidas en los años 70 y 80, puente entre todas esas realidades y que deben gestionar la suya propia. 

Hay paneles con testimonios personales. Desde gente de Rumanía que sólo quiere alejarse lo más posible de ese lugar y empezar una vida que no tenga represión y paternalismo sobre la cabeza y que acaba estrellándose en otra sociedad en la que no sabe o no puede encajar. Gente que ha recorrido la misma ruta de supervivencia que hizo su padre escapando de un Gulag, a través de las montañas, intentando entender qué pudo sentir y que acaba explicando que las fronteras son un concepto, no una diferencia geográfica.

Gentes que vinieron a esta parte del continente no pensando en lo que podían encontrar aquí si no por huir de lo que tenían allí. Jóvenes que se quedaron allí mientras sus padres venían a ganarse la vida y que expresan una inmensa amargura por la ausencia de su padre o su madre, algo que el dinero o los regalos no les compensa. Unos padres que no se fueron por diversión, sino para poder enviarles la economía que les permitiera sobrevivir, aunque eso significara perderse la fiesta de cumpleaños.

Inevitablemente, hay paneles con opiniones que giran en torno a la religión. Los que practican la suya sin grandes aspavientos, pero pidiendo espacio, presencia, un grado de protagonismo. Personas afincadas en Francia que opinan que si el estado es laico, no ha de favorecer a una religión, pero las ha de permitir todas. Gentes que defienden su forma de vestir y exigen que se respete, como se respeta la piel llena de tatuajes. Y entre el público que lee los paneles se oye una voz amarga que murmura: “…los tatuajes no esconden bombas….” “…yo quiero saber con quién hablo, quien está delante en la fila del super, quiero verle la cara, igual que yo enseño la mía….”

Opiniones de inmigrantes de segunda generación, practicantes ligeros de la religión de sus padres, que muchas veces siguen más por tradición familiar que por convencimiento. Que trabajan en empresas locales, juegan al fútbol, van al cine y que comentan que rechazan de plano toda violencia, que además les perjudica a ellos más que a nadie, porque los demás los meten a todos en el mismo saco. Y miran de frente diciendo: “Nací aquí, soy tan europeo como tú”.

Hay un panel con rostros anónimos enmarcados, caras que retratan a un criminal, a una monja, al tonto del pueblo, a un señor, a un niño jugando… gente normal, gente marginada, la gente observada por Piero Martinello para preguntarse por la raíz del concepto europeo, cuál es “la identidad profundamente enraizada en el ensalzamiento de unas cualidades y el rechazo de otras”. 

Pero al ver tantísima variedad surge siempre la reflexión de cuánto abarca el concepto “europeo” o qué es lo que no abarca, teniendo en cuenta que la historia de la vieja Europa es la de un trasiego permanente de personas y culturas. 

jueves, 11 de agosto de 2016

Indiana Jones en el Museo Arqueológico

Indiana Jones es el arqueólogo por antonomasia, aunque no sea muy real.



El Museu de Arqueología de Barcelona amaneció con un camión de soldados nazis en la puerta y un hombre con sombrero, cazadora de cuero y látigo  en la cintura. No estaban filmando una película, estaban presentando una exposición sobre las verdades que se esconden en los films de Indiana Jones: “En busca de los tesoros perdidos. Homenaje al arqueólogo cinematográfico Indiana Jones”

La exposición, didáctica, interesante y con la medida exacta para no ser pesada, pasea por los grandes títulos de la serie, explicando lo que hay de verdad y de fantasía en cada una de las propuestas.

La voz simpática y documentada de la inauguración corrió a cargo de Rubén Molins, el coleccionista propietario de las piezas, director de Rubens Productions y alma mater de todo el evento, al que acompañaba Josep Manuel Rueda, director del Museu y promotor de actividades sorprendentes que quieren acercarlo a un público más heterogéneo.


Molins relataba el origen de la serie, las conversaciones entre George Lucas y Steven Spielberg en 1977, cuando ambos descansaban en Hawai de sus respectivos estrenos. Les apetecía hacer algo juntos, y uno propuso que fuera un millonario al estilo James Bond que buscara tesoros. Al otro le apetecía algo más aventurero e informal, y fueron perfilando el personaje del arqueólogo Jones, con cazadora de cuero y sombrero fedora, al que le pusieron el nombre del perro de Lucas, Indiana.

La exposición toma prestados elementos del museo y piezas de la colección personal de Molins, gran conocedor del cine y sus secretos. Entre objetos auténticos y reproducciones (todas identificadas) se descubren los secretos de la Calavera de Cristal, El Ídolo de Oro, El Santo Grial o el Cabezal de Ra. 


A pesar de que Indiana Jones lleva 35 años poniendo en primera plana la Arqueología y cubriendo de aventura su trabajo, muchos se quejan de que desvirtúa su día a día, esa labor científica, minuciosa y lenta de andar con el pincel, las bases de datos y las largas horas de estudio para dar a conocer al público la historia del Hombre. Y repiten que por exigencias del guion se mezclan épocas, pueblos e historias sin ningún rubor.

Molins iba desgranando anécdotas de los rodajes, de las claves y los detalles de muchos films, desde imágenes de los robots R2D2, el grito Wilhelm que desde los años 50 ha servido como muestra de dolor en más de 200 films, o la causa de la famosa escena del espadachín al que Jones mata de un disparo: todo el equipo tenía gastroenteritis y Jones quería acabar rápido.

El director del museo aprovechó para recalcar que la actitud de un arqueólogo real no es la de Jones: ni trata con tanta ligereza los objetos, ni los rompe o los saca de su entorno alegremente, ni del país. Ni se comporta con tanta superficialidad con las personas de otras culturas o creencias.

Algunos de los asistentes repetían que el cine es cine, que todos entendían que Indiana Jones no es real, pero que las películas de aventuras seguían siendo un gran aliciente para llenar las salas de pantalla grande, y que probablemente la facultad de Arqueología habría ganado algún alumno atraído por el sombrero y el látigo tanto como por los cedazos y los archivos llenos de polvo.  

La exposición huye de las vitrinas convencionales de un museo para mostrar las cosas como las tendría Indiana en su almacén: cajas de madera, arena, rótulos… todo espiado por los inevitables malos, los soldados nazis permanentemente en busca de tesoros esotéricos. Ocupa 115 m2, la superficie perfecta para trasladarse embalada y seguir periplo por otros museos, otras aventuras y otros públicos.


Jones apareció en las pantallas hace 35 años recuperando la magia de las películas de aventuras, de los conceptos de buenos y malos, de salvadores de pueblos indígenas, de arqueólogos guardianes de todos los secretos, de Museos dispuestos a mostrarlos al mundo. Y en las escenas de su otra vida aparentemente aburrida de profesor nos dejó a todos el regusto de que la aventura siempre es posible...

La exposición permanecerá en la ladera de la montaña de Montjuic, en la entrada del Museu Arqueológico de Barcelona, hasta el próximo 25 de septiembre.

Video promocional de Rubens Productions (2’43’’): https://www.facebook.com/156044991085497/videos/148120311912160/




martes, 26 de abril de 2016

Circuncidar en un pupitre escolar


Acaba la clase y trescientos niños recogen sus cosas. Entran unos hombres, indican a los niños que se quiten los pantalones y se echen sobre los pupitres. Detrás de ellos, otros hombres con guantes de quirófano circuncidan a 300 niños de 9 años, que gritan de dolor. No es un acto terrorista. Está promocionado por las autoridades filipinas para mantener las tradiciones en condiciones sanitarias.

Todos los grupos humanos tienen tradiciones culturales que se han ido formando a lo largo de los siglos. Probablemente en su origen tuvieron algún sentido lógico, pero con el devenir del tiempo han acabado siendo un símbolo más dentro de los entresijos de las relaciones sociales.  Pero el respeto a esas tradiciones y a la cultura en la que existieron no debe ser causa para mantener unas prácticas que al día de hoy, simplemente son bárbaras.

Han de conservarse en los museos, en los libros de texto, en las explicaciones antropológicas, como recuerdo en las fiestas señaladas. Nunca sobre el cuerpo de los más pequeños, nunca en las violencias  a la infancia. Al día de hoy ya no son tradiciones, son simplemente ejercicios de poder, formas de expresar que los dominantes deciden quién es hombre y quién es inmaduro o cobarde o impropio. Y lo deciden sobre niños de 9 años que a duras penas entienden qué está pasando, para qué sirve o de qué son culpables. Porque lo que sí saben es que es tremendamente doloroso y no les soluciona nada.

La noticia asegura que en el distrito filipino de Marikina, en el colegio Fortune, las autoridades han anunciado que lo hacen para que las intervenciones sean seguras. Para que no sigan los problemas de infecciones y secuelas de por vida que se han producido, al haber sido realizado sin conocimientos adecuados ni condiciones sanitarias. En la sociedad filipina, la circuncisión (llamada Tuli) es el rito para que un niño entre en la etapa de adulto, y los que no son circuncidados reciben burlas por parte de los demás.

Las aulas no son  quirófanos. Las prácticas ancestrales suelen quedar ilógicas con el paso del tiempo, y deben quedar como recuerdo en los párrafos de la historia, en los carteles de los museos, en los discursos de los especialistas. Las autoridades deben mantener vivos los recuerdos de la historia colectiva, no necesariamente las prácticas violentas sobre la población más vulnerable.

Los profesores deben enseñar respeto a la vida, que un niño es una persona esté circuncidado o no, que el paso a ser hombre es mucho más complejo y de mucha mayor envergadura que la mutilación de una parte de sus genitales. Y que esa mutilación, en realidad, no demuestra ninguna hombría


lunes, 18 de abril de 2016

Tenía 3.500 amigos en Facebook y murió solo

José Ángel vivía en un pueblo de Pontevedra rodeado de basura, aunque él probablemente no la definía así. Recogía cosas de los containers montado en una de las bicis que también había rescatado. Enfermo con  síndrome de Diógenes, acumuló tal cantidad de trastos alrededor de su pequeña casa que sólo podía entrar y salir por una ventana. Por donde entró la policía para recuperar su cuerpo, que ya llevaba una semana muerto.

 José Ángel tenía 51 años, vivía solo y estaba solo en el mundo real, aunque tenía 3.544 amigos en Facebook y se comunicara habitualmente por Whatsapp. Precisamente uno de sus contactos, una mujer de Canarias, avisó a la policía de Vigo porque hacía una semana que no le contestaba.  Lo encontraron, salió en los medios, había nacido en Vigo, se explicaron los datos conocidos. Nadie reclamó su cuerpo, nadie se presentó como familiar o amigo real. El ayuntamiento se hizo cargo del entierro como acto de beneficencia, y fue colocado en el cementerio de Pereiro tras el número 113.

La noticia que recogen los medios  recuerda otros casos de otros indigentes que en pleno invierno han hecho fuego para calentarse y el humo ha acabado asfixiándolos, o el fuego calcinándolo todo, sin que nadie se haya dado cuenta hasta que el olor se ha hecho insoportable o los bomberos lo hayan entresacado de los restos.

Dicen que ellos no quieren ir al médico, dicen que viven así porque quieren, dicen que no aceptan los servicios de beneficencia de las Administraciones. Lo que no dicen con tanto énfasis es que son personas enfermas, personas que en algún momento perdieron el camino para relacionarse con los demás, personas que quedaron atrapadas en sus propias telarañas mentales y no encuentran la salida.

El espacio físico que una persona considera “su casa” es, literalmente, su refugio, el  lugar donde se siente a salvo. Para ellos, acudir a un centro donde le faciliten ayuda con la casi obligación de ducharse (tiempo que algunas veces emplea la organización para tirar sus ropas mugrientas y darle otras limpias), es un momento de mayor vulnerabilidad: desnudo en un ambiente extraño, y encima, despojado sin permiso de la ropa que llevaba puesta. Para los ojos del mundo, les hacen un favor. Para sus ojos dolientes, les avasallan su poca dignidad.

No quieren ir al médico, según la opinión más extendida. Un médico se empeña en tomarte la presión o pincharte para medirte el azúcar, actos que se ejercen sobre un cuerpo que no suele estar limpio. A la sensación de vergüenza se añade la de intromisión. Y después vienen los imposibles: la cantidad de medicinas que se le recetan, gente que no tiene tarjeta médica o que la tiene de beneficencia, a la que le resulta muy complicado seguir tratamientos, tomarse mediciones, hacerse analíticas, además de las larguísimas esperas.  Y todo eso para qué? Para que la tos no resuene en la barraca en la que viven, para que no le pique tanto el sarpullido de tocar cosas corrompidas.  Remedios para unas enfermedades difíciles, porque el primer tratamiento sería cambiar de vida.

Se habla de Ley de Dependencia, de Síndrome de Diógenes, de Síndrome de Noé (acumular mascotas abandonadas). Son derrumbes humanos, personas que están vivas porque la vida se abre paso por encima de todo, pero que anímicamente andan muy al límite. Las Administraciones, desbordadas, tramitan docenas de denuncias de vecinos, acuden los servicios asistenciales. Ponen en marcha toda una maquinaria con muy buenas intenciones, pero demasiado burocrática para unas personas que necesitan, por encima de todo, a personas.

El problema es complejo, porque cuando se llega a esos límites, la estructura interior que nos mantiene “normales” a todos, en ellos se ha desfigurado hasta perder toda la fuerza. Pueden haber llegado a ese estado desde cualquier punto de la vida, desde una ruptura amorosa, una muerte que no superan, un fracaso laboral o una insatisfacción vital profunda. En todo caso, siempre va pareja una depresión que les pone plomo en las alas. Quieren ayuda tanto como la temen, porque los cambios alteran su pequeño mundo y siempre pueden traer algo destructivo.

El eje de su estado es una soledad enorme y una enorme distancia con el mundo, y ambas son causas una de la otra. Quizás el primer paso y el tratamiento a largo plazo sería una labor continua, indesmayable, de sicólogos, de educadores de calle, de personas con los conocimientos y la disposición para salvar a esas personas de su propio derrumbe interior antes de que la casa se les caiga encima.





martes, 5 de abril de 2016

Acoso escolar: Así aprenderás.

Una madre inglesa descubrió que su hijo de 12 años acosó y humilló a la niña nueva de la clase y le rompió sus zapatos nuevos.   La madre, para escarmentarlo, le quitó la paga para comprarle a la niña otro par de zapatos y un ramo de flores. Una gran reacción, si vino acompañada de conversaciones y de hacer sentir al niño empatía para con el dolor de la niña.

Pero luego la madre entró en una espiral de comportamientos agresivos contra él. Lo publicó en Facebook, escarneció al niño, se volvió viral, se enteró todo el mundo, hubo comentarios a favor y en contra. En ese momento la balanza ya empezaba a desequilibrarse. Como ella misma le decía a su hijo, los actos tienen consecuencias. Humillar a un niño en Internet es poner un dato que lo perseguirá toda la vida, porque nada desaparece. Y si es tu propio hijo, estás sembrando algo muy negro en su alma infantil. 

La noticia no da más datos, así que no se sabe cómo fueron las conversaciones madre-hijo, pero en todo caso, fueron conversaciones adulto-niño. Y en ese punto ya no parece una cuestión de educación, de inteligencia emocional, de impedir que florezca un acosador en casa. Parece una cuestión de poder, de aquí mando yo, de así aprenderás, de a mí no me avergüenza nadie, de yo sé educar a mi hijo, de que tomen nota las demás madres.

Ella es madre soltera, y ese es un papel nada fácil. Él tiene 12 años, una edad conflictiva porque empiezan a sentir una fuerza y un “aquí estoy yo” que realmente no es tan grande y que además, no dominan. Pero convertir esos tropiezos domésticos propios del crecimiento en una cuestión de escarnio público es sacar las cosas de quicio. La identidad de la niña se ha mantenido a salvo, y la compra de zapatos y flores se supone que pone fin al hecho, junto a la aceptación, por pura empatía, de los demás niños/as del colegio.

Pero el escarnio al que se ha sometido al niño durará en el tiempo, porque también lo han visto todos los demás niños que comparten varias horas al día las mismas aulas.  Es posible que el interior del niño crezca un sordo rencor hacia esa niña, causa primera de su situación actual. También es posible que crezca otro hacia su propia madre, que no ha tenido reparos en echarlo a la opinión pública como un gran delincuente.

En todo caso, la solución de todo conflicto pasa siempre por la conversación, las explicaciones, la educación, la empatía, la inteligencia emocional. El niño humilló a la niña desde una posición de poder, porque era veterano en el cole. La madre humilló al hijo desde una posición de poder, porque es la que manda en casa. La violencia contra la violencia, la agresión contra la agresión es un argumento que remacha la idea de que gana el más fuerte, no el mejor.

Quizás la Filosofía y la Inteligencia Emocional deberían figuran entre las asignaturas importantes del mundo escolar… y adulto. 


Fotos: Marga Alconchel

sábado, 2 de abril de 2016

He congelado a mi hijo porque no puedo pagar el entierro.

Del Reino Unido llega una noticia social: una madre afectada por la crisis económica congeló el cadáver de su hijo hasta reunir el dinero suficiente para poder enterrarlo. Más que una práctica macabra, es una solución desesperada para dar una salida digna a un problema que cuando sucede no admite esperas: enterrar a los muertos propios.

En diciembre, en Asturias, un hombre dejó en la cama el cadáver de su madre fallecida y abandonó la vivienda, porque no podía pagar el alquiler ni el entierro

 Las generaciones anteriores convivían con una mortandad alta tanto de ancianos como de niños. Florecieron empresas de seguros funerarios, que por una cuota mensual aseguraban un entierro con los complementos que contratara el beneficiario. 

Fue una época en la que era corriente ver cada mes a los cobradores (no existía el pago domiciliado), carpeta en mano, llamando a los timbres de una portería y anunciándose directamente como “el de los muertos”.

La famosa crisis (y la ruina) que algunos políticos ven superada, o presente o escondida, o amenazante, según el color de su partido o el momento electoral, es una realidad absoluta, aplastante y cotidiana para muchísima gente.

 Las personas que han tenido que ir suprimiendo uno a uno todos los costes de su mini-bienestar, también suprimieron éste. Y una vez que la muerte ha sucedido, el trámite ha de ser solucionado en menos de 48 horas. Un entierro o una cremación es un gasto que se mide en miles de euros, sin entrar en si es abusivo o si realmente es el coste del servicio.

Así que se buscan salidas: Desde el que sólo puede pagar una cremación y se lleva la urna para echarla al mar (pobre mar, último destino de demasiadas cosas), hasta los que no pueden nada y donan el cuerpo a la ciencia, que se encarga de recogerlo sin coste. 

Y en España se han disparado tanto las donaciones de cuerpos, que en algunas instituciones ya no admiten más porque no tiene dónde guardarlos

Existe la necesaria e impecable fosa común, pero es un destino demasiado anónimo para la mayoría de los casos. Demasiadas veces, ciudadanos con nombre y apellido, que han pagado impuestos durante toda su vida en todos y cada uno de sus actos, han llegado a los últimos momentos con un grado de pobreza que amenaza en convertirlos en NN, No Name, sin nombre, acrónimo de los cadáveres sin identidad. Demasiadas veces, las familias golpeadas por la muerte de uno de los suyos necesitan un lugar donde llorarlo, donde dejar pedazos de pena en medio de la vorágine del día a día.

Quizás, además de solucionar esta crisis en la que nos metieron los que vivieron muy por encima de lo que nos estaban robando, deberían también cuestionarse que, igual que con nuestros impuestos el Estado cubre correctamente nuestro nacimiento, nuestra entrada en el mundo, debería cubrir en el mismo grado la salida de él, puesto que ese último paso es inevitable.  

martes, 29 de marzo de 2016

Quiero ir a la cárcel, hay médico gratis.

Una noticia humana sobresale en toda la vorágine de titulares repetidos entre política y masacres terroristas. Según The Financial Times, hace años que en Japón los ancianos cometen pequeños robos para que les lleven a la cárcel. No son grandes cosas, no hay violencia. Simplemente es la causa que necesitan para que les lleven a la cárcel, donde tienen asistencia médica gratuita. La noticia parecería casi una broma si no escondiera una realidad detrás: el 40% de los mayores de 60 años viven solos, los ingresos son bajos y el país es caro.

Más de la tercera parte de los hurtos (el 35%) son reincidentes, y no poco: en 2013 el 40% de ellos robaron más de seis veces. Comparado con 1991, una época de bonanza económica, han aumentado un 460%.

Es un síntoma de una sociedad (la moderna) en la que se estima que hacia 2060 casi la mitad de su población tendrá más de 60 años. Los estándares de vida actuales, los sistemas laborales y la poca protección a las capas no productivas de la sociedad (niños y mayores) están empujando a muchas personas a buscar soluciones desesperadas.

Porque ha de ser desesperante que la única solución para tener techo y comida cuando se han cumplido 60 años sea estar en la cárcel. Puede parecer una peculiaridad de la sociedad nipona, pero es un síntoma de lo que puede ocurrir en cualquier lugar.

La obsesión por hacer negocio con lo que sea, convirtiendo la salud en un producto más, es contraproducente. No sólo a nivel humano, por el desasosiego y el desamparo. No sólo a nivel social, por el abandono descarnado sobre aquellas personas que trabajaron durante décadas en la creación del status que tenemos todos. También a nivel poblacional: un colectivo empobrecido y enfermo consolida una sociedad y un país empobrecido y enfermo.

Los hospitales y la asistencia médica en sí misma, tiene un costo elevado. Las industrias farmacéuticas invierten muchísimos recursos en conseguir fórmulas y productos que mejoren la salud. Las empresas que fabrican maquinaria médica también han de pagar salarios e impuestos. Todo ese coste ha de ser cubierto, lógicamente. Pero hay un punto en que deja de ser beneficio razonable para entrar en usura.

No se puede etiquetar la salud, que no deja de ser Vida, como un negocio. Un estado debe proteger la vida de sus ciudadanos, porque ellos son la razón de ser de un Estado. Ningún país existiría, por definición, si no tuviera personas. Por tanto, las personas son lo principal, y han de estar protegidas por las instituciones a las que entregan sus impuestos y en las que delegan la gestión de las cuestiones públicas.

Los presupuestos han de contemplar el gasto sanitario como un coste de mantenimiento del país, no como un gasto por culpa de los enfermos. Gastar (invertir) en la salud de la población implica, en poco tiempo, que las cifras se reduzcan porque la población está sana. Mercadear con la salud, privatizar lo que se levantó con el dinero de todos, cerrar hospitales…  es poner el primer motivo para que nuestros mayores (que no son de Japón) empiecen a robar manzanas en los mercados.