lunes, 2 de febrero de 2009

73 años y un mail

Entra decidida por los pasillos de la biblioteca, llega al mostrador y con una sonrisa pregunta si puede pasar a sala. La bibliotecaria le dice un sonriente “pasa, América” y ella entra en un habitáculo titulado “multimedia”. Se sienta silenciosamente, saca del bolso la libreta de los apuntes, se pone las gafas de leer en la punta de la nariz y con decisión un tanto asustada, escribe una dirección web. Tiene 73 años y una cuenta de correo.

Lee concienzudamente los mensajes que le escriben sus sobrinos, sus hijos, la familia lejana. Contestar cada correo es una tarea entretenida, sobretodo porque “responder” y “adjuntar” son cuestiones complicadas que ha de consultar en su libreta. Le pone voluntad y paciencia hasta que se enfada con la máquina y con sus dedos y decide pedir ayuda. El chico que se sienta a su lado le sonríe, le habla con mucho afecto y en dos golpes de tecla le soluciona el problema. Y ella siempre se disculpa repitiendo que es nueva en esto, que aun tiene mucho que aprender.


A su otro lado se sienta un señor de su misma juventud. También despliega una libreta, un boli, y algunos folletos. Abre una página que lleva por título “como hacer su propia web”. Y le cuenta que quiere escribirse con su nieto y que el crío no lo trate como a un viejo.

Alrededor de los dos pululan inmigrantes abriendo páginas en caracteres extraños, jóvenes escuchando músicas o consultando cientos de páginas veloces. En los ordenadores de estos dos el tiempo pasa de otra forma.

Cuando termina su turno ella sale satisfecha de la sala: ha visitado la página del pueblo donde nació y la otra del pueblo de sus hermanos. También está preocupada por solucionar las dudas que le traen las máquinas. A su espalda la bibliotecaria la mira con mucha calidez y le comenta a la otra chica que esta mujer viene desde hace meses, que hizo un cursillo, que no lo deja, que está animada y acobardada a la vez. Y América se va a casa con la cabeza llena de links, presentaciones power point, páginas interactivas y fotos, muchas fotos.

Ella comentó un día que le hubiera gustado aprender a escribir a máquina. Y como las máquinas ya estaban desfasadas, por su casa aterrizó un ordenador sencillo. Y ella, tan emocionada como desbordada, buscó un libro de poemas de Rosalía de Castro y lo colocó sobre un atril. Sujetó las páginas con una pinza de tender la ropa, se caló las gafas de leer y se empeñó en copiarlo entero para memorizar dónde estaba cada tecla. Quería ir a un cursillo, pero primero quería tener algunos conocimientos previos.

Se peleó con acentos, con negritas y sangrías, con copiar y guardar, se familiarizó con webs, usuarios y passwords. Y fue a clase con la ilusión de la novedad, y tuvo su cuenta y nos apuntaba su dirección copiándola de la libreta para que no se le escapara una letra.

Va guisando un arroz y preguntando cómo se reenvían las fotos de su sobrino. Pela alcachofas comentando un power point. Sufre cuando envía una nota porque tiene faltas de ortografía, aunque se le entiende perfectamente. Recibe la admiración de todo el mundo y palabras de ánimo. Y siempre responde extrañada con los ojos muy abiertos si es que se creen que es demasiado vieja o demasiado tonta.

Tiene 73 años y un mail. Y es mi madre.

Texto y fotos: Marga Alconchel