
La sinopsis del libro es
inquietante: un avión tiene un accidente, cae en una pequeña isla desierta y sólo
sobrevive un pequeño grupo de niños, con edades entre los 6 y los 13 años. La
estancia en un ambiente aislado de influencias externas, sirve al autor para diseccionar
el comportamiento humano influido por la cultura recibida, pero también
sometido a unos comportamientos instintivos que afloran una parte muy poco
civilizada de cada uno.
Afán de protagonismo,
lucha por el poder, coacciones para permanecer en el grupo, maltrato a los más
pequeños... y reacciones lógicamente infantiles: preferir jugar antes de
vigilar una hoguera de señales, bañarse y corretear antes que recoger frutas
para guardar…



Las conclusiones del
autor a lo largo del relato es que el ser humano alberga en sí mismo una maldad
intrínseca, una voluntad de hacer daño que puede llegar al asesinato.
Sobe el autor, la solapa
del libro comenta: "Golding
tuvo una vocación literaria precoz, pero más latente que efectiva, puesto que
tardó mucho en materializarse. Le asaltó cuando contaba siete años y no cobró vida
real hasta los cuarenta y tres cumplidos
del escritor, cuando le publicaron su primera novela, El señor de las moscas. Nacido en St. Columb Minor (Cornualles,
Gran Bretaña) en el seno de una familia dedicada a la enseñanza (el padre) y la
activa militancia sufragista (la madre), Golding
estudió en Oxford y se aprestó a convertirse en profesor.
Durante la Segunda
Guerra Mundial fue comandante de lancha torpedera, desembarcó en Normandía y se
desengañó un tanto de la bondad del género humano. La guerra suele dejar mal
sabor en el alma. Una vez los clamores del éxito alcanzado por El Señor de las moscas (llevada al cine
por Peter Brooks en 1963) acabaron
de despertar su adormilada vocación, Golding
comprendió que, además de la labor pedagógica, existían otros horizontes, y
animado, empezó a publicar más o menos asiduamente”.