Barcelona siempre ha sido una ciudad con sed.
Está flanqueada por dos pequeños ríos con buena voluntad, pero poco caudal: el
Besós y el Llobregat. Durante el siglo XIX la ciudad sólo disponía de 20 litros
por habitante y día, cuando ahora se recomiendan 200.
 |
Pere Falqués i Urpí |
Y en esas antiguas condiciones, un inversor
visionario, Francisco Javier Camps
Puigmartí averiguó que el río Besós mantenía una gran capa freática a muy
poca profundidad. Conversó con un arquitecto atrevido, Pere Falqués i Urpí, y solicitó la colaboración del farmacéutico José Canudas Salada, que analizó una
muestra de agua y dijo que tenía suficiente calidad para ser agua de boca.
Y
surgió el negocio: El inversor compró unos terrenos baldíos a bajo precio en
Sant Martí de Provençals, a un kilómetro del mar y cuatro de Barcelona, en lo que ahora es el barrio del Poblenou. Invirtió
su fortuna y la de su familia y nació la empresa Compañía General Anónima de Aguas de Barcelona, Ladera Derecha del
Besós.

La elección del lugar no fue arbitraria. No
sólo pesó el bajo precio de los terrenos, sino el hecho de que estaban a mayor
altura que el núcleo de Barcelona. Se podrían construir tuberías que por simple
efecto de gravedad y vasos comunicantes, llegarían a suministrar agua a todos
los vecinos hasta un cuarto piso de altura. Gran idea, grandes planos, grandes
proyectos, acciones a la venta, gran empresa y gran capital. Eso comportaba
gran negocio y los inevitables movimientos oscuros a favor y en contra.
Después de la construcción de la torre vino
la canalización por la ciudad, cada vez más extendida, las propuestas del
Ayuntamiento de la ciudad para comprar más caudal a la empresa de las Aguas de
Barcelona. Y por el otro lado, una industria que quería quedarse con esa fuente
de agua para su maquinaria, pero a bajo precio.
Inició una propaganda interesada de que la
capa freática tenía filtraciones de agua marina y era insalubre. Consiguió que
fallara la confianza pública, bajaron las ventas, faltaron los créditos… y
quiebra. Tras ese comportamiento, los propietarios de la Torre decidieron que
jamás venderían a ese industrial. Y de hecho, pasó a manos inglesas.
Es una historia apasionante en la que se
encuentran desde boicot empresarial a orgullos desmedidos, participaciones
empresariales arriesgadas, apuestas por el futuro, ruina y hasta un suicidio
bajo sospecha.
Han pasado muchos años y mucha historia. Hoy
la torre, con su porte esbelto y su depósito vacío, no aporta agua a los
ciudadanos de Barcelona. Pero su figura, modernista e industrial, marca el
perfil del barrio de Poblenou.

Como tantas instituciones, vive y se debe a
la labor incansable de voluntarios, que con una dedicación incombustible han
recuperado archivos, han conseguido ayudas, han recabado fotografías de los
vecinos, y paso a paso, han reconstruido la historia en sus detalles y han creado
un punto de interés que mantiene vivo un capítulo de la ciudad condal.
La visita guiada recorre el interior de la torre
y va anunciando el número de escalones (más de 300) que se van subiendo hasta
llegar al mirador del terrado, con unas vistas impagables sobre los tejados,
las calles y la orilla de la playa. Con profesionalidad y buen humor la guía va
narrando la historia en los detalles: el contador, con apariencia de reloj, que
indicaba el nivel de agua del depósito, las piezas oxidadas, los tramos de
escalones en el interior de las conducciones de agua.
Con una exposición cuidada y detallista se
muestran los descansillos en la escalera de caracol donde se guardaban
herramientas, las ventanas redondas, el depósito que retenía los miles de
litros antes de ser distribuidos, los carteles con indicaciones laborales, los
tejadillos de uralita de cuando la torre, ya sin agua, era usada como depósito caótico
de trastos de la industria Macosa,
que solía enviar a sus aprendices a buscar algo como inocentada.
Una torre que ha sido símbolo en el barrio,
que ha servido de inspiración para obras de arte, que fue un gran proyecto y
que hoy es un gran atractivo turístico que se eleva en el centro de una plaza
ajardinada, ofreciendo su historia y su altura a todo el vecindario del
Poblenou, ese barrio que nació con voluntad industrial.
 |
Foto de 1888 |
La apasionante historia de la torre, del
suministro de agua a los domicilios y de los recortes de prensa fueron
recogidos en un extenso folleto que acompañaba a la Revista Icària, y que hoy se vende en la pequeña librería de la
entrada de la torre para todos los curiosos que quieran saber los nombres y
detalles de todos los protagonistas, gracias a los que se consiguió el pequeño
milagro urbano de disponer de agua en casa sin tener que salir a cargar cubos y
bidones a la fuente de la calle.
5 comentarios:
Me gusta. Comentario de Montse Fernández en Facebook.
Me asombra. Comentario de Manel Royo en Facebook.
Me gusta. Comentario de Mónica Alonso en Facebook.
Me gusta. Comentario de Rafael Grimal Olmos.
Me gusta. Comentario de Marga Spilman en Facebook.
Publicar un comentario